- Poema a la moneda de un bolívar-


Fotografía de Víctor Alfonso Ravago

  “Sin querer arrepentirme aferrándome al pasado, sí debo confesar que me parecería divertido revivir aquellos momentos que ya volaron sintiéndolos míos una vez más. Cristalizarme en el acto como si éste realmente estuviese ocurriendo sería para mí el premio mayor a los  sacrificios dados. Lo sé, debo parecer patético por mantenerme con esa mentalidad dependiente del pasado para lograr sobrevivir. Pero ya para mí el principio es también el final y esto significa un constante círculo vicioso del que ya no quiero salir. Solo de esta manera es que se desvela mi historia ardida en las  aventuras nocturnas, en las adversidades diurnas, en los amores inconclusos, en el constante y decodificado devenir de los días. Por eso nos refugiamos en los recuerdos bonitos, aquellos que llenaron nuestro corazón de ganas de continuar, aquellos nos hicieron lo que somos. Somos lo que somos sin más que decir, pero yéndonos a la raíz de la cuestión, somos lo que somos por cierta razón en particular. En mi caso fue el pasado el que me congeló y me derritió al mismo tiempo. Una taza de té de manzanilla o un viaje a la Gran Sabana, cosas simples en realidad que se albergaron en mi memoria como náufragos en una isla solitaria. Es ahora, entre confesiones acaloradas por el miedo a nuestra verdad, cuando acepto que la isla tiene sobrepoblación. Esto al punto de que quizás ya no haya espacio para la fabricación de nuevos recuerdos. Acepto mi realidad: estoy atrapado en el limbo de las memorias”.

-Sí, quiero serlo-



Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño

Me estaban prestando una alfombra mágica que solo me recordaba a la que tenían mis abuelos en una de esas tantas casas en las que vivieron al final de sus años. El amigo que me confió el objeto me debía dos favores: el primero había sido confabular en la causa de su enamoramiento con una de mis primas y el segundo encubrir su huida de nuestra ciudad ante el rechazo de mis tíos por su romance juvenil. De eso ya hacía muchos años, pero el insistía en el hecho de ayudarme como pago a mi ayuda pasada. Me explicó que el objeto venia de oriente, de una tierra lejana en donde los hombres eran diferentes en sus costumbres y que estos habían logrado encontrar la forma para hacer que las alfombras comunes pudiesen levitar transportando personas. Muy asombrado, con una mezcla de miedo y curiosidad a partes iguales, monté por primera vez en el rectángulo de tela. Mi objetivo era simple: poder recorrer el país entero hasta llegar hasta mi ciudad natal. Si, por supuesto, ésta era una tarea muy sencilla y que se entienda el sarcasmo con el que escribo dicha afirmación.


-Café con leche-



Fotografía de Víctor Alfonso Ravago

Iba por una calle poco transitada, de esas que siempre terminarán en un mismo punto: el centro de la ciudad. La vida parecía una densa niebla que no disipaba a pesar de mis esfuerzos constantes por complacer a los que me rodeaban. Yo en ella, no era sino un solitario becerro que tanteaba a ciegas para  lograr encontrar algo. Me había pasado ya un año entero intentando levantar cabeza, luego del viaje a la isla, del viaje a otros países, de volver a mi ciudad querida, de encontrarme con mi amada y haber vivido un idilio que nunca empezó; yo me encontraba nuevamente como de costumbre: sin un mecate de dónde agarrarme para sostenerme. La gente iba y venía pasándome por el lado sin detenerse a mirarme. Las mujeres agarrando bien su cartera pendientes de cualquier amenaza que estuviese a merced, los hombres caminando más rápidamente: el tiempo es oro si en tu casa comerán gracias a tu sudor. Yo allí, sintiéndome desconocido hasta de mí mismo, viéndome desde otros puntos como a un vagabundo que no tiene ni norte a donde dirigirse, ni sur de donde provenir. Agüero de lluvia sobre mi cabeza y un calor que pareciera tener vida propia. Perros callejeros; carros de muchos colores, de diferentes años de creación, de infinidad de modelos; árboles que no alcanzan a perecer imponentes debido a su juventud, una que también comparte la ciudad entera; tierra seca debajo de mis pies y estructuras de sementó a mi alrededor. Todo rodeándome mientras continúo caminando como aquel que solo lo hace por simple impulso.

-De todo corazón-


  Fotografía obra de Génesis Pérez 

-Yo entiendo todo de verdad, pero tienes que entenderme tú a mí también- le decía la muchacha a su madre intentado parecer segura de sí misma. Se llamaba Karla y había llevado una maldición en su espalda desde que tenía memoria, aquella de ser diferente y de querer un destino distinto al que le querían establecer. Cabello largo y suelto todo el tiempo, con aire soñador, mirada alegre, labios que servían como instrumento de hipnotismo cuando se fusionaban con la voz melodiosa que emanaban; en fin, Karla era bonita como muy pocas. Poseía la edad aquella en la que se determina el futuro de la nación compuesta por nuestro Ser en conjunto. El único problema era que no poseía un norte parecido al de las demás personas que pasaran a su lado. Su vida desde el comienzo había sido dotada por el capricho eterno de querer alcanzar la felicidad. Tal hecho (como cosa rara) estaba acompañado por un camino bastante nublado que iba atado al factor del posible fracaso en el intento. Su padre había muerto hacía ya varios años mientras desempeñaba labores como policía. Ocurrió una mañana lluviosa cuando, al interrumpir un robo que estaba en marcha, se presentó una balacera en la que culminarían sus aconteceres después de un disparo certero en la sien izquierda. Dejó tres hijos (entre los que Karla era la más pequeña) y una viuda que jamás pensaría si quiera en encontrar otra pareja de por vida. El nombre de la mujer que ahora actuaría como cabeza de familia era Cecilia Otero y aún en aquellos instantes tan acalorados, doña Cecilia no dejaba de hacer lo que siempre había hecho: querer lo mejor para su pequeña hijita.

-Contando la cosa-



Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño

-La guerra me sorprendió de la manera menos esperada: cuando iba a la bodega a comprar huevos y harina de trigo porque mi hermana estaba antojada de comer panquecas. En aquellos días se hablaba de una constante amenaza que podía estallar en cualquier momento. Pero, como siempre, uno no le presta atención a las cosas sino hasta que estas le están pegando un golpe en la cara. Corría el año de 1958 y el presidente era nada menos y nada más que el desgraciado de Pedro Manuel Cardona.

-Hola te digo-




Fotografía de Víctor Alfonso Ravago

Así como soy,
sin intentar frenar el impulso que se genere,
queriendo soñar hasta sin querer hacerlo.
¿No tiene sentido? Entonces te doy la bienvenida a mi mundo.

***

-Mis maratones-


Fotografía obra de Génesis Pérez

Empezando por el final y para no dar sorpresa alguna a estas líneas, la vida que seguí estuvo constantemente girando en torno a lo pasajero. Todo aquello que ocurriese sin mayor notoriedad en mis días fue bien recibido y tal hecho se instaló en mi conciencia como la seguridad estable y perpetúa que tenemos los humanos de morir.  De la misma forma busqué esa exactitud errante, compleja y casi erradicada de la geografía terrestre que propone la esperanza. Al no poderle dar alojo fijo en mi interior, pude entender la inconstancia que tenemos muchos al mantenerla. De igual manera se opta por algo que podamos amar sin lograr entender el porqué de dicha acción, solo se hace sin esperar otra cosa. Eso quizás sea la verdadera esperanza, vivir y sentir cada minuto sin  hacer otra cosa que  aquello que nos hace sentir especiales.

-Litargo en su laberinto-


Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño

Leonardo José María Litargo Moreno Fermín Vásquez, mejor conocido como Leonardo Litargo o Litargo a secas, se encontraba en la habitación con paredes blancas en la que lo habían metido aquellas personas extrañas. No entendía realmente que estaba pasando, veía su alrededor contrariado por no saber dónde se encontraría. Solo recordaba que lo habían sacado de su casa cuando estaba desayunando y que luego fue trasladado hasta ese lugar. Lo extraño era que, a pesar de su confusión, no recordaba el transcurso de cómo había llegado hasta allí. La historia de su vida era extensa, Litargo llegó a ser conocido como “La lumbrera” y es que su vida giró en torno al conocimiento puro. Fue un filósofo y erudito eminente en su época, destacado por sus trabajos y principios que estudiaban la relación del hombre con el poder. Su obra de mayor prestigio y con la que alcanzó el clímax de su carrera fue: “Dioses en potencia, nada más en potencia”. Se reconoció mediante esta que Litargo poseía un profundo entendimiento hacia la magnificencia humana y cómo ésta era un arma de doble filo para el que llegaba a desarrollarla. Se le consideraba un hombre de una cultura exorbitante, de una amabilidad calurosa y de un don para la conversación nato. Pero nada de eso valía en aquellos momentos, Litargo se encontraba preso en una celda que no poseía barrotes.

-Entrevista a un panita-


Fotografía de Víctor Alfonso Ravago

Santiago Orosco nos recibió amablemente una mañana de sábado con una sonrisa en los labios y un estrechar amigable de manos. Adentro en su pequeño apartamento, no tardó en ofrecer una taza de café recién hecho, acompañado por un poco de canela. “La canela es para darle un sabor exquisito”, explicó alegremente. El joven aclara ser parte de algo realmente grande: vivir. Empezando por lo básico, su vida consta (según sus propias palabras) de cuatro ingredientes básicos: familia, amigos, alegría y amor. “De verdad tengo tanta suerte, que los cuatro elementos se retroalimentan entre ellos. No dejo que me abandonen, son mi refugio en los momentos difíciles que presenten los días; son la seguridad de que todo estará bien”. A pesar de lo estrecha que puede parecer su vivienda (solo dos cuartos, un baño, una sala y una cocina), Santiago afirma poseer todo lo que necesita y tiene una explicación para ello bastante curiosa: “Hace algún tiempo viajé a Circacia, un pueblito hermoso en el eje cafetero colombiano. En él conocí a una viejita bastante ilustrada que me habló de Krishnamurti y de cómo éste profesaba que no es rico el que más tiene, sino el que menos necesita. A partir de ese momento decidí ejercer ese principio y creo que es bastante práctico. Acá tengo todo lo que necesito”.