Iba caminando por la calle y pasé junto a un andamio que estaban utilizando
para pintar una pared. Desde un 2do piso me cayó un balde de pintura que me
golpeó en la cabeza. Al menos la pintura que tenía era verde; una amiga dice que
el verde significa renovación. Ella tiene descendencia esotérica, ya saben,
de esas personas que ven cosas en la borra del café y botan el líquido que han
preparado, aunque eso no sea importante, yo le creo.
Bien, ahí estaba yo. En plena acera, con una chaqueta de jean, unos
zapatos blancos y los chorros de pintura corriéndome por todo el cuerpo. Algo pasó, no puedo precisar la explicación pero sí se echaron a andar
nuevos procedimientos en mi cabeza. Y como la luz que nos guía hacia la
siguiente vida yo tuve ahora mi destino
claro. No es solo una semejanza, me refiero a que en cuestión de segundos muy breves
en este tiempo que percibimos normalmente yo pude ver lo que me quedaba de vida.
Sí, toda. Completica. De hecho, más que ver, puedo asegurar que la viví entera.
Entonces en tu lecho de muerte, cuando sientes como se desliza tu piel
sobre la carne, pestañeas y de repente vuelves a tener 24 años.
Con la misma chaqueta de jean que te regalaron en un cumpleaños y los mismos
zapatos deportivos blancos que compraste luego de ahorrar mil y una noches. Yo
no pude evitarlo, volver merecía salir corriendo como un loco. Los vecinos solo vieron a un pobre idiota al que le había
caído suficiente renovación celestial como para hacerse un chichón.
Fue así como pegué un grito enorme y vine hasta aquí para ver cómo atardece. Doy gracias porque ahora aprecio cosas inauditas como el sabor y los
olores, como la rugosidad de las sábanas de mi cama. Pasé a lo minucioso, eso
que también tiene su gracia, guardarse en lo común, en lo que cualquiera puede
tener. No sé si me explico bien. Mmm, a ver. Creo que basta con decir que en este
momento soy libre por el verde, por el golpe y las ganas exacerbadas de serlo.