Esto que escribo ahora viajará a través del tiempo, se unirá a las
inmortalidades del mundo y trascenderá entre los recuerdos colectivos. Será así
con el fin de dar con tus pestañas onduladas, querida mía, y que puedas ver el tipo de amor que has creado. Dirás que soy exagerado, pensarás que
es otra de mis locuras, sin imaginar si quiera en la forma en que me vibran las
manos cuando me hablas, por ejemplo, o la muerte disimulada a la que llego al
hacer el amor, cuando me dejas crear universos por estar dentro del tuyo. Por
eso mi suerte me tiene sin cuidado, si lograré algo en esta reencarnación o cederé
a la pena cualquier mañana; importa más que estés aquí y ahora. En estas
coordenadas exactas de destino, en este cubículo del planeta en el que
compartes sillón conmigo, tertulias o desvelos cuando no queremos dormir.
Me haces bien, lo sabes. Me gusta pensar que yo a ti también, que merezco
tu amor. En él soy libre y me refugio incluso de mí mismo cuando ya no puedo
soportarme, cuando pierdo la fe y mis alas se queman cerca del sol. Cuando mis esfuerzos parecen no tener sentido
y me siento inútil. Así soy, lo sabes; así soy y no te importa porque me quieres.
Eres la razón de que, en la angustia que significa esta Ciudad Gótica, yo sea
un justiciero nocturno, pero tú quien me salve.
El sentido de esta nota es para recordarte cuánto te quiero, para
declararte algunas de mis necedades intensas, y, sobre todo, para decirte que
salí a comprar algunas cosas a la panadería. Tenme paciencia.