Comprando una teta de jobito en
la Plaza del Hierro, el vendedor me anuncia: “Son cien bolos, llave”. No se ve
ninguna llave en el lugar, tampoco alguna cerradura, pero le respondo “gracias,
papá”. Le entiendo y me entiende y ambos seguimos adelante. A lo lejos se ve la
rueda de la fortuna de Alta Vista, continúa girando aunque hayan pasado
muchos años desde que la feria cerró. Todo tan nostálgico, tan pasado. A esa
gran noria la mueve el viento, el mismo que se respira en los grandes hornos de
Sidor, en las celdas de Venalum o el ferrocarril y los buques de Ferrominera.
De Alcasa es la plaza por la que ahora camino. Y de quién sabe quién será
esta tierra que piso. Será de los que la habitaron por primera vez, de los que
la independizaron, de quienes plantaron sueños en ella, o
simplemente de todos aquellos que la hayan pisado alguna vez. Quizás no sea de
nadie, quizás sea de sí misma. Del perro con sarna en el lomo que busca comida en la basura, del niño descalzo en el asfalto ardiente que hace
malabares con limones, del vagabundo delirante que pide algo de dinero
asegurando que no será para droga. De quién es esta tierra, me sigo
preguntando, mientras avanzo, mientras voy a la altura de la carrera Tocoma en el centro de Puerto Ordaz, ciudad cuya pertenencia ahora intento descifrar.
Páginas
Solitude
Fotografía obra de Juan Mattey. Fuente original Flickr
El día que te fuiste me convertí en una palabra: solitude. Significa “soledad” en latín, escogí esa traducción intuyendo que solo una lengua muerta podría expresar mi estado tras nuestra separación. Me sentía como una hojita seca cayendo de un gran árbol en el otoño, poco a poco, pero inevitablemente hacia el suelo. La geografía de Puerto Ordaz no conoce el otoño pero sí es una ciudad de solitude, yo soy uno de sus ciudadanos destacados desde que nos despedimos en esa estación de exilio a las 10:22 de la noche.
Cuento de cuarto
Fotografía obra de Génesis Pérez
Tuve un sueño esa noche y cuando
desperté solo pude pensar en cambiar mi vida. Así de simple llegan nuevas
determinaciones, con alarmas del destino que creemos entender. Sean correctas o
no, las seguimos hasta el final, como yo esa mañana nublada en la
que decidí no ir a trabajar, alejarme del mundo y encontrarme con nuevos yo.
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