Memorias anticipadas


Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño

La primera vez que vi a John yo debía tener 19 años y él tres más. Fue en un cortometraje universitario  en el que estuve como extra y él quien lo grabó. Recuerdo que llegó tarde, o quizás yo lo hice demasiado temprano. Pero esa no fue la vez que nos hicimos amigos sino mucho tiempo después; sea como sea, fue una suerte. Rara vez hablábamos de la muerte y otros temas importantes. Preferíamos películas, música y animes trascendentales. Siempre admiré su forma de ver el mundo y sus capacidades de abstraerse del entorno. Aún nos puedo ver recorriendo carreteras con destino a Puerto la Cruz, a Caracas, a su Ciudad Bolívar desde mi Puerto Ordaz. John llegó incluso a ser mi profesor en la cátedra de Cine de Ciencia Ficción y las ideas de aquel curso florecieron en Into the Blue, otro cortometraje, con él como director, yo como uno de los guionistas y ambos actuando. Durante aquel mismo período de tiempo también fue corrector de mi segundo libro y hasta diseñó su portada. Una puta locura. No sé de dónde sacábamos tanto tiempo pero exprimimos la savia a nuestra juventud. Hicimos, deshicimos, y volvimos a hacer un montón de chécheres que ya son historia.  Pero jamás faltaron las comiquitas o las nuevas series que iban saliendo, el contarnos nuestras cosas o acompañarnos en las desventuras amorosas que cada uno tenía.  Aunque yo ya tenga mucho tiempo sin fumar, extraño los cigarrillos nocturnos en el balcón de su apartamento de Alta Vista. Extraño también las cervezas frías, los dulces, los almuerzos de pasticho o pasta a la suiza que compartíamos. También extraño a Vero, a Pancho, a Samuel y tantos otros amigos. Sufrimos el destino de las generaciones fracturadas, de los aviones de papel en medio del huracán. Pero John me decía que todo saldría bien, que yo mismo se lo había dicho muchas veces antes. Ahora que lo pienso, el escribir memorias anticipadas hace parte de eso: reivindicarme que las cosas resultarán de mejor manera, que lograremos sobrevivir.