-Tormenta-

Fotografía de Víctor Alfonso Ravago 

Hoy nada va bien. Por designios del destino y resultados de mis propias decisiones mi vida está pasando por un mal momento. Ya no son solo simples piedras en el camino que causaron mi tropiezo sino una verdadera tormenta que me ha tumbado por completo. Me acuesto en mi cama pensando muchísimas cosas y sin poder dormir. Pienso en mi sufrimiento, en el hueco del cual debo salir, en los que dependen de mí y que por mi culpa también están pasando malos ratos, en fin, en esta desdicha que ni siquiera sé si pasará rápidamente o perdure por muchos días. La desilusión me oprime el pecho y la angustia aumenta mi inseguridad hacia lo que va a venir.


 ¿Qué fue lo que hice mal? Ya ni siquiera puedo recordarlo. De seguro mi mente quiso reprimir dicho recuerdo para que no me torturara tanto. Pero recuerdo aquella cosa extraña que tanto mencionaba mi papá cuando yo era apenas un niño. ¿Cómo era que le llamaba…? ¿Causa y efecto? Si creo que era así. En fin, si tomo en cuenta dicho factor todo lo que ahora estoy viviendo debe ser proporcional a cierto error cometido por mi persona con alguno de mis actos. O quizás y para ser más optimista, esta situación solo sea la causa que amerite un sacrificio y que más adelante traiga una verdadera recompensa. Lo que sí sé es que en este exacto instante me encuentro confundido y lejos de la abundancia. Esta realidad nos llega a todos y para lograr sacar visa para el país de la felicidad hay que hacer una fila casi interminable que tiende a moverse cada vez que el caprichoso destino lo quiere. Pero entonces llegan a mi mente pensamientos distintos a los que acompañan a mi desolación. Pienso en que hoy murió alguien, que alguna persona cedió ante las pruebas irrebatibles que le dio su vida y que le decían que ya no debía continuar en la búsqueda de sus sueños, probablemente un corazón se rompió porque su amor no fue correspondido, en fin pienso en muchas eventos que conllevan al dolor. ¿Acaso una de estas cosas me ocurrió a mí? Sigo sin poder recordarlo, pero al reflexionar en tantas desdichas he recordado aquella frase que de seguro inventó un borracho: “Luego de la tormenta, viene la calma”. Sin poderlo evitar llegan las lágrimas y la rabia brota en mi interior por ser tan débil ante la adversidad. Al cabo de un rato me compongo nuevamente.

 No sé qué pase mañana pero ante esta tormenta elaboraré una curiara de valentía y esperanza por si de tanta agua se termina inundando la tierra. Yo remaré hacia el oriente y no dejaré de creer que algún día, sin importar que pueda ser dentro de mil años, saldrá al fin el sol.