Fotografía obra de Génesis Pérez
10 de julio de 2012.
Me presento a mí mismo como el
personaje principal de la historia. No siempre protagonista como en las novelas
románticas, sino también antagónico cuando se daban las circunstancias.
Entonces esta tinta, el papel, el esfuerzo al escribir y el tiempo empleado
para tal acto, son para expresarte verdades que quizás nunca te mencioné y que
hoy (ante mi propia desesperación) se fugan de mi corazón buscando la libertad,
una que solo tu conciencia les puede dar. No sé porque digo todo esto en
realidad, quizás es un método desesperado por llamar tu atención, para intentar
lograr con un grito que voltees una vez más hacia mí y poder por lo menos
mirarte a los ojos.
Me encuentro en este momento en
cierta lejanía bastante cercana. No, aun no estoy loco, se trata de que
esté cerca de ti pero no de tu corazón.
Quizás toda ilusión se pudo haber roto por efecto de alguna excusa patética
como “era lo mejor para ambos”. De esas ya me he hartado y no pienso ni
siquiera continuar pensándolas. Debo buscar la verdadera causa de lo ocurrido
pero para eso debería irme hasta la fuente, debería descifrar nuestro tiempo y
nuestro espacio, aquel que empezamos a construir juntos desde esa mañana en la
que te conocí. Estabas tan linda, con tus cualidades que nunca fueron perfectas
pero que lanzaban a mi mundo pinceladas de color que renovaban mis esperanzas
hacia el universo del amor. Pero ahora que lo pienso, esa verdad debe
permanecer oculta entre las sombras. Solo así lo bonito de todo aquello no se
perderá y podremos continuar evocando recuerdos perdidos que ninguno de los dos
va a poder olvidar. Porque eso, el olvido, jamás será dado por ambas partes. Tú
ya bastante me lo has dicho y yo bastante lo he escuchado desde la
oscuridad.
Por un momento María de mis
querencias, dudaste de mi amor hacia ti. Dijiste cosas que sé que no son
verdad, pero que yo merecía escuchar por mis actos también indebidos. Me
llamaste cobarde y no dudo que realmente lo haya sido. Pero no juzgo nada de
ti, así somos los humanos: nacemos,
crecemos, encontramos el amor, somos
felices con la otra persona, sufrimos por todo aquello, no morimos al fin y al
cabo a pesar del dolor, finalmente continuamos… Yo quise realmente cambiar el
orden establecido de esos acontecimientos y me enoja el hecho de que, al contrario,
los seguí al píe de la letra. ¿Cuántos días hubiese esperado al margen de tu
ventana? Todo con el fin de mirarte pasar en tu salida despreocupada, en tu
abismo despavorido en donde yo era solo un bichito chiquito que, a pesar de
esfuerzos desmedidos, nunca pareció crecer ante tu vista. Al final somos
capaces de comprender las cosas por el dolor que una situación nos
propone.
A veces no entiendo realmente que
pasó con esta historia de amor. Es con tal interrogante (cuando las lágrimas
comienzan a caer) que surge en mi cabeza un nuevo presagio: esa historia quizás
jamás existió. Nunca fue más que un espejismo producido por mi sed hacia ti. Me
deprimo ante tales pensamientos porque sé que tal afirmación es la más cercana
a la verdad en el mar que forman mis conjeturas. Logro darme cuenta de que no
me dejaste solo, porque en realidad yo nunca estuve completamente acompañado
por ti. En tal caso y aceptando con tortura que mis inquietudes terminen por
ser verídicas, te pido de ante mano disculpas por las molestias. Entiende que
éste simple mortal llegó a creerse la ilusión de que lo llegarías a querer.
¿De qué manera podría yo
someterme a un martirio más por parte de este destino? Eso sí es algo simple:
evocando en alguna noche minada de estrellas brillantes tu recuerdo congelado
en mi álbum de fotografías. De esa manera te vería estando a mi lado e
intentaría creerme una vez más la mentira más grande del mundo, aquella que
reza que en algún momento realmente me amaste como yo a ti. Esa noche carecería
de luna porque yo mismo hice un trato con ella cuando estaba borracho para que
te acompañara y alumbrara tus madrugadas más oscuras. Mientras tanto continuaré
buscando un artilugio para lograr retroceder el tiempo. Entendiendo claro que,
de encontrarlo, no valdría la pena hacerlo. Solo quedaría entonces tener
tranquilidad en los días venideros con lo que ellos traigan, serle fiel a los
impulsos de la razón y finalmente obviar de una vez por todas los del corazón.
Te pediré en este asunto que
tengas paciencia. Ni siquiera yo mismo creo saber lo que estoy haciendo,
solamente pasa que no puedo sufrir más. No si lo que deseo es mi propio bien y
el tuyo a la vez. Cada día te reviviré, cada instante te hablaré al oído sin
que me importe si éstas dispuesta a escucharme o no. Por ahora solo me
despediré, sin otra cosa que decir, te doy una vez más gracias por haberme
permitido conocerte.