Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots
Entiendes luego de visitar tantos
lugares y conocer infinidad de cosas, que este mundo transmite a través de sí
mismo la reinvención al individuo. Miré tantos cerros y playas, tantas calles y
edificios, que a veces recordar con exactitud cada detalle se torna difícil. Viví
tormentas en un mar sin nombre que me pareció tener voluntad propia y el sol
llegó a calentarme tanto la sangre que por poco hirvió dentro de la piel.
Recuerdo haber pasado en muchas ocasiones por grandes agravios y llegué a
sentir en carne propia el pesar del extranjero; aun así, puedo decir que me
mantuve terco ante toda situación difícil. Creo que en el fondo me sostuvo en
el camino el hecho simple de que estaba alegre de poder vivir cada situación,
sin importar que fuese buena o mala.
Todo lo que pude ver quedará
guardado para siempre entre los rincones de mi corazón. Las personas que pude
conocer se mantendrán vigentes en mi conciencia; siempre sonriéndome,
hablándome del sitio en donde me encontrase, dándome lecciones de vida dignas
de cualquier iluminado. Aquellos seres fueron el más bonito paisaje, me
demostraron que éste es un mundo sin verdaderas fronteras y que no somos distintos
unos de los otros aunque nos separen grandes distancias.
Por fin pude sentir intriga hacia
lo que me depararía el mañana y tal factor, lejos de causarme miedo, me dejó
saber que mi humanidad continuaba presente, que yo no había muerto sin que me
diese cuenta. Ese tipo de cosas tan inusuales me permitieron salir de todo lo
que se había acumulado en mi mente a través de los años. Mis prejuicios, mis
temores, mis dudas, esos maleficios que me cegaban de un universo que existía
afuera de las paredes de mi conciencia. Vivía una supuesta vida perfecta que yo
quería creer era cierta; esa mentira, sin embargo, no duró para siempre y las
barreras que me apartaban del exterior cayeron una noche de estrés, de tristeza
e infelicidad. Una noche en la que presentí que de continuar así, la mía sería
una vida desperdiciada sobre esta tierra. Tanto fue el impacto de la revolución
que se desarrolló en mi mente, que un mes después salí de mi ciudad y no miré
atrás para espantar la tentación de algún arrepentimiento.
Luego de mucho tiempo y cuando ya
me encontraba lleno con todo lo que había andado, regresé por fin a mi punto de
partida. Fue curioso para mí que mis conocidos no lograran reconocerme al
principio, no por la barba y el cabello largo que ahora tenía, sino por
factores más sutiles: la expresión de mi cara y el brillo de mis ojos.
Realmente había cambiado, no para ser otra persona, más bien para dejar salir
lo que en realidad siempre se mantenía oculto. Ahora no pensaba en deudas,
preocupaciones pasajeras, desdichas económicas, solo estaba yo y la existencia que quisiera crearme.
Increíblemente, en mi interior
logré hacer una nueva revelación: comencé aquel viaje con muchas preguntas y
cada sitio me dio de alguna forma una respuesta, algún descubrimiento que logró
hacerme libre de mí mismo.