Fotografía obra de VARL Photography.
Cualquiera se cansa de si mismo, se despierta alguna vez sin recordar
lo que soñó y con la sensación de que dormir no ha valido la pena. Se llega a
ese punto en el que la vida da lo mismo. Te vuelves una hormiga más, dejas a un
lado lo que te hacía especial. Insultas, maldices, gritas y pataleas porque no
te da la gana sonreír, porque ya basta de mentirte diciéndote que eres
feliz. Ni la herencia que te dejaron los que estaban antes, ni lo que tú le
dejaras a los que vendrán después, nada de eso importa ya. La situación política, los
adelantos tecnológicos, quien ha muerto en el último segundo, nada de eso
parece relevante.
La proclamación de tu intolerancia hacia el universo te hace creer que
puedes destruir cualquier cosa. Destruyes la ilusión de los sueños, de viajar
lejos, de intentar ser diferente a los demás. Matas cada uno de tus actos
educados, te vuelves desobediente, prefieres el caos porque al fin presientes que
los jardines del edén no serán para ti. Es culpa del destino, sí. Culpa del sistema
cósmico al que te enviaron sin que lo pidieras. Culpa del tiempo y el espacio
que te tocó por mera coincidencia, como si nadie estuviese prestándole atención
a que existes. Cada acto realizado hasta ahora ha carecido de sentido. Todo es
un desperdicio de fuerza y energía que alguien más pudo aprovechar si estuviese
en tu lugar.
Y ahí, entre el caos y la pena, pasando por tristeza e ira
desenfrenada, algo vuelve a accionarse. Sí, tu vida ha sido un desastre, pero fue
el desastre que escogiste. Por lo menos te pertenece lo que has sido y
dejado de ser. Tu película, tan llena de depresiones revueltas, termina por volver
al principio. Los seres humanos son así, decaen a las profundidades del
infierno sin necesidad de morir, y luego del recorrido, vuelven a la tierra. Llegas
a sufrir catarsis por tu propia tragedia. Ves la luz al final del túnel y vas
hacia ella porque lo necesitas. Luego de aquel despliegue irracional de emoción
decadente, das con la realidad de que sigues acostado en la cama, que aún ni
siquiera te has levantado. Es allí cuando la ironía vuelve para gruñirte y recuerdas lo que has soñado durante la noche.