-Revolución introspectiva-


Fotografía obra de Jaime Zarate. Fuente Original Flickr

La palabra correcta es motín. Ese procedimiento ambicioso que llevan a cabo los marineros en contra de su capitán fue realizado por las personas que viven en mi cabeza, nada menos. Aquel era el resultado de la insatisfacción general que tenían desde hacía mucho tiempo. Su realidad carecía de sentido mientras quien estaba a cargo (este servidor) continuaba empeorándolo todo con cada esfuerzo realizado. Corrían las horas de cierta madrugada cuando se decidió llevar a cabo la rebelión.


Así fue, apenas desperté pude sentir el cambio abrupto y radical de pensamientos encontrados en distintas direcciones. Como si una nueva administración se hubiese establecido, ya no era yo el que estaba al mando sino un montón de voces emanando enojo. A  ese pueblo que albergaba los rincones de la conciencia le pertenecía ahora mi integridad.

No había razones desconocidas para aquella traición, todo quedaba muy claro. Las declaraciones fueron sinceras por su parte. “Cansados de la saturación de la monotonía. Del martirio de que cada día fuese igual al anterior y al siguiente. Todo igual. Nada siendo realmente algo”. Pero no se quedaron así, iban más allá en su afán por descargar toda su cólera reprimida. “El amor… Perdiste el amor y ni siquiera te importó. Esa chica era LA chica y tú la dejaste ir. Preferiste ahogarte en la idea de que tenías la razón y de que si deseaba irse no la necesitarías. Se fue, vaya que se fue, y tú no fuiste tras ella. Capricho y orgullo, orgullo y estupidez. Luego te quedaste solo y pensando en su mirada mientras temblabas de nostalgia”.

Un sinfín de actos pasados que yo ni siquiera recordaba, ideas prometidas que en eso se quedaron, miedos y dudas que contaminaban el sistema. Esto era por no haber prestado atención a esa voz que gritaba muy adentro de mí y que solo buscaba cambiar las cosas. Gritos que creí solo eran bulla. Por eso siempre hay que escuchar al corazón.

No existió ninguna batalla por defender mi gobierno. Los aliados que aún tenía no eran demasiados, muchos incluso se unieron al golpe de estado y la verdad tampoco los culpo. De esa forma, sin mucho pataleo entregué el poder. Acepté mis errores y defectos. Presenté mis disculpas y la plena responsabilidad de mis actos. No culpé ni al tiempo que le tocó a mí reloj ni al espacio por el que anduve. Tampoco me justifiqué argumentando que no tuviese dinero ni siquiera para el bus ni que mis días de lluvia fuesen sin un chocolate caliente. Hasta el final fui valiente como pocos habrán sido y ya para este punto me resbala la modestia.

Esa misma y funesta mañana, no fui yo el que cruzó el umbral de la puerta para salir al mundo. Era mi cuerpo, es cierto, pero era otro Ser el que lo comandaba; uno lleno de sueños renovados, con sonrisas para ofrecer a situaciones decadentes y el deseo de tocar el cielo con las manos. Era otro Ser elegido por votación popular luego de la revolución que se llevó a cabo dentro de mi cabeza para derrocarme. 

El desenlace de esta historia es que fui encarcelado y sometido a años de prisión por delitos de estado. Aun así, no dejé de alegrarme de que aquel imbécil que ahora me suplantaba conseguía por lo menos vestigios de esa felicidad que durante mi mandato yo nunca logré encontrar.