Fotografía obra de Juan Mattey. Fuente original Flickr
Salgo a ver el cielo cuando el atardecer se asoma. Nubes entrelazándose
unas a otras haciendo el amor, derrochando colores, sin que les importe que los
mortales presenciemos su orgía. En este momento oportuno comienzo a hablar solo en
voz alta. Digo lo que pienso, invento otras cosas también. Lo que pasa alrededor,
lo que está adentro. Que si mis verdades, mis mentiras, mis silencios. Que si
las historias inolvidables, las recordadas a medias. Ella siendo inmortal en mí.
Todo lo que he vivido y que se ha guardado en la grabadora de mi conciencia. Las reliquias, los recuerdos. Entonces levanto
las manos como un impulso reclamado por algún mecanismo extraño. No pasa nada, ni
un poco de viento soplando, ni un rayo cayendo para darme súper poderes. Pero
me siento bien, distinto, alegre. Será por esa inclinación humana en la que hacer alguna tontería comienza a ser especial. Podría recorrer
el mundo en un segundo desde esta posición, podría ser el hombre más feliz,
cualquier cosa en realidad. Y me siento grande, y los sucesos fluyen, y es increíble.
Bajo las manos, las contemplo un instante, sé que pueden crear.
Algo de energía vital ha bajado desde aquel derroche de pasión celestial que
ahora transcurre entre las nubes de arriba. Eso y libertad. Abro los brazos y
quedo como una cruz, seguro saldría bien una fotografía así. Termina el trance,
sigo hablando solo, me doy nuevas razones por las cuales es bonito continuar
adelante. Mi único lema es que me gusta ser así.