Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots
En el taller de autoayuda el
instructor me mandó a escribir sobre mi vida, las cosas que me gustan, mi
rutina, miedos y cosas de ese tipo. Entregué la hoja en blanco, di media
vuelta y me fui. Preferí caminar por la calle a enfrentarme a aquel papel. Se puede mentir uno, engañar a los demás y estafar al destino, pero
no a ese rectángulo pálido y callado, es imposible. Elegí dejarme de rodeos e irme guerra, no en paz. Elegí caminar por las aceras de esta Pompeya llena
de cenizas que es mi ciudad.
Imagínate que voy por la carrera
Tocoma, con la bulla de los autobuses, carros y el montón de gente. Yo sin un
rumbo como algún gato callejero del centro, igual de nómada. Es
difícil reconocer que ya no sabes a dónde ir, más en un día en donde eso, las
confesiones, son la base del problema. Entonces pasa un suceso celestial, milagroso
e increíble: me aburro. Es un verdadero fastidio andar por ahí con
lamentaciones de niño malcriado. Prefiero prestar atención a cualquier otra
cosa, cualquiera que me salve.
Y vaya que veo mucho, el centro
puede ser un universo chiquito para el que sepa reconocerlo. Te cuento que los
vagabundos, entre los delirios que da el hambre, fueron mejores maestros que el
instructor que mencioné antes. Me dieron recetas filosóficas, cuentos poéticos
e incluso análisis científicos sobre la evolución del hombre. Claro, ellos
andan descalzos todo el día, el sentir el suelo directamente debe desarrollar
alguna conexión con las entrañas del mundo. Miré edificios y ellos me hablaron
de historia, de revueltas sociales y del polvo que traen los años. Charcos de
lluvia, árboles sobrevivientes, señales de tránsito tiroteadas. Y lo feo, lo
que no muestran las postales o fotos de propaganda, eso también lo vi. Pero en
vez de darme rabia o tristeza, aquellas cicatrices citadinas despertaron el
anhelo por salvar aquel lugar de sus propias garras.
Créeme cuando te digo que no te
cuento todo esto como si la historia hubiese acabado. Aún deben venir nuevas
formas de revivir. Lo que quiero
contarte es que al final lo que buscamos es muy simple: ser felices en la
película antes de que lleguen los créditos. Para eso también está la ciudad,
para salvar a quien se sumerja en sus viseras. O quizás solo soy un regionalista
empedernido, eso también puede ser.