-Hola al adios-


Fotografía obra de Juan Mattey. Fuente original Flickr

Hay adioses que son más tristes y melancólicos de lo normal. Adioses que se instalan en el recuerdo de los recuerdos, que son el desenlace de la historia, ese punto y final que nos visitará en cualquier comienzo. A los adioses, esos jodidos adioses, hoy les digo hola.


En el desencuentro hay sensaciones e ideas importantes que no se dirán nunca porque no habrá oportunidad, morirán en el anonimato. Solo se dicen algunas palabras atropelladas que intentan sintetizar de alguna manera el huracán que se tiene en la cabeza. No sirve, es demasiado argumento y muy poco tiempo. El metro, el taxi, el barco, el avión o las piernas están por partir. La persona se irá dando la espalda. Se perderá para siempre en algún otro rincón de tierra.

“Chao, cuídate, sé fuerte”; algo así se dice mientras uno se queda anhelando un regreso que quizás nunca ocurra. Y aunque ocurriese, no se puede saber si quien volverá será realmente la persona de antes, sin cambios de algún tipo. Qué nostálgico es el destino que nos toca. No entendemos su funcionamiento, solo somos víctimas de sus caprichos. La otra persona partirá sospechando el efecto que ha causado en nuestra vida pero sin percibir jamás cada milésima de cariño, todos los harapos sentimentales y la infinidad de planes que se tenían a su lado. No habrá viajes ni boda, no habrá lluvia ni tazas de café. Solamente quedará esta palabrita en la despedida que nos vuelve bruta la inteligencia emocional.

Ahora mismo, antes del último abrazo, pienso en lo que antes era y en lo que soy gracias a la persona que se va. He perdido el miedo a los fantasmas, a los perros de la calle, a que me boten del trabajo. He perdido la desesperanza y algunos kilos. El morado de mis ojeras desapareció igual que mi mala ortografía. Ya no creo en tantas conspiraciones, solo en que las cosas bonitas nos pasan inesperadamente. Pero el adiós llega como un mensaje apocalíptico, un mundo está por morir. Al final solamente somos esquirlas de algún presente que se transformará en pasado. Sin dudas el que existamos nos transforma también en un pedazo de olvido.

Mientras aquella silueta se funde con el paisaje hasta desaparecer, susurro el santo y seña que iniciará el cataclismo en mi corazón: “Adiós Renata”.