Fotografía obra de Juan Mattey. Fuente original Flickr
Tenía 9 años cuando di mi primer
beso, tenía 13 cuando me hice una cicatriz y 17 cuando me fui del país. Intento
recordar ese tipo de detalles porque en mi se están derrumbando las fronteras
entre la realidad y la fantasía. No sé si lo que tengo al frente será o no
será, si existe o solo yo lo veo. He
sobrepasado las barreras físicas del espacio al punto en el que no puedo
asegurar si estoy sentado en una plaza de Alta Vista o navego en una lanchita
frente a Chimana Grande. Quizás esté en el centro de Medellín regateando algún
precio o en una montaña de Mérida viendo pájaros volar. No lo sé. Ya nada es
conciso, estoy en todos partes y en ninguna a la vez. Por eso intento recordar,
centrarme para no perderme. Regalé algunas tarjetas de cumpleaños, me gusta el
refresco y la ciencia ficción. No tuve muchas aventuras y el realizar una
película biográfica sobre mí sería un
malgasto de fílmico. Bien, ser negativo funciona, supongo que lo único que abrazamos es el poder de la
autodestrucción. Pero en este punto no quiero nada de eso, ni depresión ni
desconsuelo. Quiero tranquilidad para enfrentar este caos en el que seguramente
me metió la ruptura con el amor de mi vida o muchos días sin metas por
alcanzar. Ya tampoco debo pensar en ello. Creo que sí estoy en la plaza de Alta
Vista, lo sé por los colores del atardecer, únicos, mágicos. Continúo
repasando. No fui marinero, no canté en algún bar, me faltaron buenos chistes.
Solo gocé de conceptos etéreos que, si bien me salvaron, posiblemente inventé.
Como aceptar mi libertad y el poder volar. Lo siento, nunca volé realmente, mi
imaginación parece llegar a niveles críticos. Creo que he perdido en el
esfuerzo por mantenerme lúcido, estable y cuerdo. Lo único que quisiera saber
ahora en el encierro que me impone este cuarto (sí, al parecer no estaba en la
plaza y me volví a engañar) es el porqué de esta condición. Podría ser, como
dije antes, por amor o porque desperdicié mi vida. Podría ser que soy un
cobarde o un dramático. La realidad, aunque ya no esté seguro de ella, es que
quizás me he transformado en un fantasma. Ya no tengo mucho que decir, porque
ya tampoco estoy aquí.