Fotografía obra de Juan Mattey. Fuente original Flickr
Estoy en la terraza de un edificio pero me concentraré en lo importante: he encontrado al fin a quien buscaba. Cómo terminé en Manhattan es una historia
muy larga que no pienso contar, solo puedo disfrutar de esto que pasa ahora.
Los mediodías calorosos de mi
ciudad natal han quedado lejos en la
línea de tiempo. En este segundo que corre, en este instante maravilloso, he
terminado un largo viaje. Queriendo, deseando, anhelando dar con la mujer que
tengo en frente. La había buscado atrás de las hojas de primavera y en el
lenguaje codificado de sus venas verdes. En la destilación del humito fugaz de
los cafés. En recuerdos, fotos y algunas cervezas. Nada sirvió de cualquier
forma. Apenas pude oler su perfume fugaz y quizás (si mi imaginación no me
engañó) ver su silueta alejándose cada vez que la creía hallar. Me convertí en
un gitano errante, sin rendirme, sin caer, porque ella lo vale.
Ahora mismo me asomo un poco al borde de la terraza
para mirar hacia abajo. Entre el vértigo producido por la vista y la emoción
que me invade este encuentro, puedo asegurar que atravieso uno de los momentos
cruciales en mi vida. A los lados hay más edificios como este, con azoteas
llenas de matas y mesas con personas que conversan. Abajo un montón de punticos
se mueven como peces en el mar, son más personas que, supongo, también buscan
algo especial como yo lo hice hasta hace muy poco.
Lo siento, me distraigo con facilidad,
siempre pasa. Lo que realmente importa no es este sitio increíble, sino quien
está conmigo. Esta muchacha evasiva, impulsiva, nostálgica y soñadora; ella es
mi inspiración. No estoy diciendo una metáfora, literalmente pareciera ser mi
inspiración materializada. Pues verán, un día cualquiera decidió irse de mi
lado y nada volvió a ser igual. Dejé de ver estrellas e ir a las exposiciones
de arte, dejé de escribir y pintar acuarelas, incluso me dejó de gustar el
cine. En tal caso me volví un zombie, de esos que viven por vivir y se pierden en la monotonía
y los convencionalismos.
Bueno, aquí estoy, con un traje
azul y una sonrisa tonta. Ella, mi musa, no parece tan sorprendida de verme,
intuyo que siempre supo que la encontraría. Hemos conversado durante esta tarde
de primavera, reído y bebido vino para olvidar torpezas pasadas. En ningún
momento le reproché su abandono, más bien me limité a dar gracias por la
oportunidad de tenerla cerca. Nos hemos mirado a los ojos por ratos largos y yo
he sentido que recobra esa chispa divina que nos ofrece la vida. Pero justo se
acaba de levantar, me besa en la mejilla y se va sin despedirse. No me sorprende,
también lo esperaba.
Volviendo a estar solo me
recuesto a la baranda para perderme en la inmensidad de New York. Esta es una
ciudad mágica ciertamente. Al fondo me parece escuchar un jazz sacado de alguna
película de Woody Allen; quizás yo sea el protagonista en esta. Me volteo y
camino para comenzar nuevamente la búsqueda de mi inspiración, de mi amada
inspiración. Se llama Sofía y estoy profundamente enamorado de ella, la
continuaré buscando, no le diré adiós.