Fotografía obra de Juan Mattey. Fuente original Flickr
Me fui de tu lado para tomar la
vida de los hombres del desierto, para vagar por inmensidades buscando aprender
algo. O quizás fuiste tú la que se fue porque eres un pájaro indomable al que
nada, ni siquiera el sentir, puede enjaular. Posiblemente nos alejamos ambos
mañana cualquiera. Sin saber muy bien que era lo que encontraríamos pero teniendo
claro que no debía ser en donde estábamos, es decir, junto al otro. Para este
punto no importa quién dio el primer paso para irse, sino que no hayamos
corrido para regresar.
Yo recuerdo muy bien unos ojos
que se achicaban y se escondían tras los parpados porque su dueña estaba
sonriendo. Me gusta ese recuerdo, lo cuido, dejo que se añeje en barriles de
roble. Y cuando más lo necesito, cuando me siento triste porque ya no podrá
repetirse, echo un poco en una taza y me siento en el porche a disfrutarlo. Así
hago con los demás objetos que me quedan del tiempo que estuve a tu lado, como
tu forma particular de ver el mundo y el calor que daban tus manos.
Tengo que aceptar que no pude
mantenernos cerca. Bueno, eso no es exacto, ahora en mis pensamientos estás más
ligada a mí que cuando lo estabas físicamente. Otro capricho es que no me
quiera conformar con aprender de lo que vivimos y continuar. Prefiero ser un
burro a tu lado que un sabio que nunca puede hablarte.
Qué estarás haciendo ahora, en qué pensarás,
¿acaso será en mí? También me pregunto cuánto drama puede tener una historia de
amor en la juventud. Cuánto sentimentalismo tienen los enamorados veinteañeros
luego de la separación. La verdad es que no entendemos ni queremos entender
nada. Solo intentamos vivir cada segundo con la libertad del viento y la
intensidad de una explosión. Y bueno, de ser así, tus besos fueron atómicos.
Es realmente difícil no tenerte,
no porque fueses perfecta sino porque sinceramente me encantaba tu
imperfección. Tus peleas, tus gritos, tus insomnios que no me dejaban dormir,
tu terquedad. Tantas otros defectos me daban igual por una razón tan simple
como el 2 + 2 y, aunque menos lógica, igual de contundente. Te amaba, era eso.
Y más importante que lo último, te amo aún, de la misma forma y con la misma
intensidad abrazadora y alocada con la que nos conocimos.
Pero me fui o te fuiste, el hecho
es que ya no nos acompañamos. Bueno, yo… Quiero ser más como tú ¿sabes? Que me
salgan alas y que ninguna jaula pueda encerrarme. Entonces, no lo sé, supongo
que escribí esto para que si alguna vez lo llegas a leer tengas una prueba de
que lograste enamorar a un personaje de película. Uno que ya no es intenso sino
la intensidad en sí misma caminando por la calle. ¿Reíste por eso último? Entonces
valió la pena.