Fotografía obra de Juan Mattey. Fuente original Flickr
Los mecanismos internos se han sincronizado hasta lograr paz o al menos un suplemento genérico de ella. Tengo la mala costumbre de cuestionar
todo lo que va llegando, sea bueno, sea malo, e incluso lo que ni siquiera es. Es extraño no hacerlo ahora, en este momento siento paz, eso es lo que
importa.
Sigo penetrando más y más una
zona horriblemente insegura del centro. Todo parece estar en cámara lenta. A un
lado hay un prostíbulo. Desde su puerta una rubia que me sonríe. Es bella,
vaya que que sí. Pero las alcancías de mi vida fueron destrozadas hace mucho
por algunos panes y refresco. Le devuelvo la sonrisa pero continúo adelante.
Hace frío y refugio las manos en los bolsillos del pantalón. Me gustaría que la
rubia me diese calor aunque fuese alquilado.
Hay una licorería llamada “La
propia” con varios personajes en sus proximidades tomando caña de la buena.
Unos se recuestan de la pared, otros se sientan en la acera. Algunos con
uniforme de empresa, otros con pinta de fantasmas. Gente
buena que solo busca colgar en el perchero la monotonía y el estrés, al menos por un rato. Yo ya no tengo sed, por eso
tampoco me detengo. Pasándole por el lado a un grupo escucho que conversan sobre la posibilidad de que haya vida en otros planetas. Me gustan las
incoherencias, posiblemente porque ya me siento una. El frio no se me quita,
menos mal no me antojé de una cerveza.
Atravesando un parque veo árboles
y palomas, postes de luz y edificios alrededor. Qué suerte tienen esas cosas,
pueden permanecer siendo parte de esta ciudad sin afligirse por sus males. Los
humanos somos complicados y dramáticos. Como esa muchacha a la que le están
arrebatando la cartera dos tipos desde una moto. Ella la agarra con fuerza, con
más de la que yo podría tener en su lugar. Los malandros no tienen paciencia, ese
es su mayor defecto. Por eso le ponen la punta de una pistola en la
frente y la muchacha suelta su imitación de Chanel de inmediato. La moto
arranca como alma que lleva el diablo y la mujer se arrodilla en el suelo a
llorar. Seguro también le dará frio. No debería llorar mucho, al frente hay dos
policías que han visto la escena y van hacia ella, es decir, otro posible robo
podría suceder a continuación.
Luego de caminar demasiado, de
que el centro quedase atrás, luego de haber sido despedido esta mañana, llego
por fin al puente. Abajo la corriente va con violencia. Me subo a la baranda y
antes de que el carro de algún curioso se detenga a intentar cambiar un suceso indetenible,
me dejo caer por la fuerza de gravedad hacía el infinito abismo del Caroní. Y
cayendo sigue estando todo en cámara lenta. Y cayendo sigo teniendo paz. Al fin
he logrado alinearme con el universo. Quizás no estoy cayendo sino volando
hacia abajo. Sé que el frío se irá cuando al fin toque el agua.