Fotografía obra de Juan Mattey. Fuente original Flickr
Queriendo llegar a la luna se le ocurrió construir edificios muy altos. Arena,
piedras, metales y vidrio fueron uniéndose bajo su dirección para lograr una
torre inmensa. Pero no alcanzó su meta con el primer intento, ni el segundo ni con
los que siguieron. Al tiempo una gran metrópolis se erguía sobre la planicie árida
que antes era su hogar. Llegaron pobladores que ocuparon la gran variedad de
edificaciones. Frustrado, él se fue a vivir a la cima de un cerro; allí se
quedó viendo estrellas adornando al satélite que quería alcanzar. Con los años
dejaron de ser construidos nuevos rascacielos y en la gran metrópolis la gente
fue olvidando que fue un solo hombre el
que había creado todo aquello.
La ciudad creció aún más y fue bautizada Hilal. Un atardecer cualquiera llegó
a ella un forastero encapuchado que pasó desapercibido entre las multitudes de
habitantes que recorrían las calles. Nadie reparó en su atuendo de harapos y su
mirada nostálgica que se concentraba en el punto más alto de los rascacielos. Cuando
anocheció el hombre llegó hasta el corazón de todo aquel territorio en dónde el
más grande edificio se encontraba a las afueras, mientras el más pequeño y
viejo estaba allí, en el centro. Esto se debía a que el desarrollo de las
edificaciones se había dado desde adentro hacia fuera, naturalmente.
Muchos vecinos se asomaron por sus ventanas con los ladridos que los perros
estaban dando de madrugada. Fue cuando vieron a un hombre sentado al borde de
la terraza del viejo edificio Le Petite Idylle, mirando hacia arriba y con los
dedos cruzados. Seguramente era un suicida que buscaba llamar la atención antes
de acabar con su vida. Una multitud de policías,
bomberos y curiosos rodeó la escena. Se
cansaron de pegar voces que intentaban convencer al hombre de no dejarse caer.
Este tenía otro plan. Repentinamente se levantó y, aún sobre el borde y mirando
a la luna, levantó un dedo hacia esta. Acto seguido se dio una gran una
explosión azul que llenaría de luz el cielo nocturno.
El evento se hizo leyenda y contaba cómo un hombre solitario habría
aprendido el arte de la teletransportación con tal de llegar a la luna, en
dónde se encontraba su amada esperándolo desde hacía mucho. Le Petite Idylle fue
declarado patrimonio cultural. En su fachada crecieron enredaderas, matas y
maleza que lo cubrían casi completamente. Un gran árbol se exhibía desde la
cima, creciendo sobre la mancha negra de un estallido. Era la prueba innegable
de lo que somos capaces de hacer por amor.