Fotografía obra de VARL Audiovisual
Cerca de la
ventana de mi oficina hay un florero con una matica que crece a duras penas en
aquel ambiente artificial. Gracias a la semiosis ilimitada (la condición humana
de que un pensamiento de nacimiento a otro), el ver aquella matica me lleva a
pensar en nosotros. Creo que somos
iguales a ella: intentamos sobrevivir, crecer, buscar incansablemente un poco
de luz. Quizás la semejanza no sea muy inteligente, esto es lo que pasa cuando
mi jefe se va toda la tarde y tengo tiempo de parar el trabajo, los papeles, el
piloto automático que la monotonía le da a mi vida; y, como dije, pensar.
Continúa
martillándome en la cabeza el nosotros
que mencioné antes, ese que es evocado por la matica. Cuando digo nosotros me refiero a esta sociedad, así
le digo intentando recalcar que soy parte de su anatomía. Comencé a hacerlo un
día en el que, hablando solo como ahora,
me di cuenta de que tendemos a exteriorizar demasiado el universo
colectivo que nos rodea. Exigimos, criticamos y buscamos culpables. Instintivamente
evitamos vernos como parte del problema.
Pero la realidad
es que, de ser desarrollado el concepto nacional que nos pertenece, es inevitable
reconocer cada uno de los defectos, descuidos y horrores enmarcados. Pienso en
el ejército exuberante de niños que piden dinero o comida en las calles,
mientras andan descalzos, sucios y sin ilusiones acordes a su edad. También en
las desgracias que nos afligen a todos por igual, los desalientos de tener que
vivir recortados porque ya no alcanza el dinero ni los próceres que vienen impresos.
La corrupción política, policial, en las
fuerzas armadas o cualquier institución. O la vida siendo derramada en chorros
y chorros de sangre que ya podrían formar un nuevo Orinoco. Sangre de mi sangre
cayendo de una herida de bala por un celular, por un carro.
Uno se
entristece, lógicamente. Sobre todo por no entender nada, por no saber el punto
exacto del camino en el que empezamos a rodar por el barranco. Creemos
intuirlo, le damos razones inmediatas a los problemas inmediatos, pero creo que
la verdad es que llevamos más de 500 años de lucha constante en contra de
sombras, injusticia y, más que nada, nosotros mismos. Sin paz, sin descanso,
con la degeneración social mordiéndonos y el mismo barranco que no parece tener
fondo. No es necesario ser sociólogo, psicólogo o intelectual para intuirlo.
Basta con ir en el bus, con caminar por nuestras calles furiosas o mirar a
nuestro alrededor en la cola del semáforo.
Irse
del país es una opción tentadora, pero la verdad es que ya se han ido
demasiados. ¿Qué será de este suelo cuando el último de sus humanos esté lejos?
Quizás sea un profeta ingenuo al pensar que podré sobrevivir a este apocalipsis
que el destino le deparó a mi generación. Me importa muy poco cuán difícil pueda
ser, mis esfuerzos se concentrarán en lograr que este sea un lugar distinto. Esa es mi resolución de asalariado en esta
tierra compleja.
Respiro hondo,
consigo valor y decido volver al trabajo. Abro el explorador de internet y termino
revisando una red social. En ella aparece el video de un hombre blanco con
lentes oscuros. El título del material reza: "Entrevista a Jaime Garzón horas
antes de su muerte". Le doy play y siento la contundencia del destino y sus
mensajes reveladores cuando aquel periodista colombiano que fue asesinado dice:
"Si uno vive en este país, tiene una tarea fundamental que es
transformarlo. Y eso genera que el miedo de vivir aquí le de a uno el valor de
querer un país mejor”.
Volteo a ver la
matica y ya no me parece un signo apocalíptico que termine llevándome a los
males de mi sociedad, sino un ser de
esperanza que no se deja vencer a pesar del contexto en el que crece.