Dos locas, queridas locas,
de las que me duele alejarme.
La primera no se quiere venir conmigo;
la segunda no quiere que nos quedemos en ella.
la segunda no quiere que nos quedemos en ella.
Nos echa,
nos corre de los restos de su fiesta,
nos corre de los restos de su fiesta,
nos bota de sus ciudades que son nuestras ciudades.
Yo me voy por los hijos que aún no tengo.
Mi mamá, en cambio,
se niega por los huesos de mis abuelos enterrados en el cementerio Jardines del Orinoco.
se niega por los huesos de mis abuelos enterrados en el cementerio Jardines del Orinoco.
Dice que me vaya yo,
que no voltee atrás
para evitar convertirme en estatua de sal,
para evitar convertirme en estatua de sal,
me pide que le recuerde su apellido
a mis hijos que aún no nacen.
a mis hijos que aún no nacen.
Y que les hable, sobre todo, de la otra loca.
Que les cuente que mi abuelo se transformaba en pájaro para cantar galerones;
que mi abuela hizo un puente de cachapas para atravesar los inmensos charcos de Monagas;
que ella- mi mamá, querida y loca mamá- logró estudiar a pesar de todo.
No entiende que debe ser ella quien relate.
Carajo...
A uno no lo educan para esto.
Las maestras de preescolar no dijeron nunca
que se avecinaba la tormenta,
la crisis más grande que nuestra vanidosa historia repleta de crisis puede enarbolar.
Una crisis tan dura
tan jodida
tan jodida
que enloqueció a toda Venezuela,
que enloqueció a mi mamá
que enloqueció a mi mamá
y me enloqueció a mí
que ahora mismo escribo con lágrimas,
con sangre y con el tricolor desgastado.