-De la tragedia del que palpita-

Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots

Ya lo he pensado bastante y me doy cuenta de que es muy triste tener que cargar historias adversas en la memoria. Pareciera que esos segmentos son necesarios y comprenden una gran parte de nuestra existencia. Yo quizás nunca deje de creer en que las tragedias más sufridas  no son aquellas desdichas que experimentaban los personajes griegos de la antigüedad; para mí la sepultura de un romance, el exterminio de un idilio entre dos enamorados, es la peor de todas las desgracias. Peor aún si ambos individuos se amaron con locura, ese sentimiento se vuelve veneno cuando ya ha pasado el tiempo y se rememora el recuerdo de aquellos momentos de pasión. El amor es así y acepto que de él he llegado a hablar bastante. Quizás mi corazón se ha cansado de anhelarlo tanto que ha llegado al punto en el que solo lo siente a través de reminiscencias.


La vida me enseñó a disfrutar de cada segmento, de cada respiración realizada sin importar la circunstancia que se experimentase. No creo haber ido en contra de tal idea más que con el escenario planteado anteriormente, aquel de la ruptura de algún romance que hubiese llegado a su fecha de expiración. Todos los seres humanos tenemos ese lado melancólico ante aquellos eventos que marcan nuestros días por desventuras amorosas. En mi caso, no niego haber vivido romances intensos que lograron marcar mis días hasta el sol de hoy. De todo lo que podría encontrar entre el almacén abandonado de mi memoria, con mis miedos, mis errores, mi forma de ser, estará en un cuarto distante la imagen de aquel amor que pareciera nunca haber existido. Quizás éste fue mi media naranja perdida, el alma gemela que no logré retener, la doncella en peligro que no salvé; simplemente, esa mirada que aún evoco en las madrugadas bajo el sentimiento nostálgico que comprende el alejamiento.

Las fuerzas que desencadenan un «te extraño» son la prueba de que a pesar de que ambos seres estén separados, continuarán siendo víctimas de aquel sentimiento que un día los unió. Puede pasar tanto tiempo como el que se llegue imaginar, pero el amor verdadero nunca muere, nunca se desvanece. Solo se llega a esconder en los confines de alguna fotografía, de alguna canción, de una carta guardada. Un instante cualquiera vuelve a florecer y es cuando aquella tragedia ya expresada se desboca por nuestro corazón hasta hacer brotar alguna lágrima generada por la más pura tristeza.

Resulta mejor ser fuerte luego de ese doloroso adiós, aceptando que probablemente fue lo mejor, demostrándole al mundo que el amor es un laberinto enrevesado que no siempre termina con un final feliz. Disfrutemos de cada beso y cada abrazo, de cada cursilería como si fuese la última, así el recuerdo y la lágrima, la amargura y la nostalgia trágica del palpitante, será precedido por una sonrisa que reconozca que fuimos felices junto a esa persona aunque ya no esté a nuestro lado.