-País de las maravillas-


Fotografía obra de Mariangela Venutolo. Fuente Original: Flickr

Al leer el título de esta cuestión, doy de antemano mi conclusión personal: Venezuela es el país de las maravillas para el que la sienta suya. Sin embargo, esto no trata de esa querencia desmedida hacia este pedazo de tierra, monte y asfalto, gente y costumbres. Trata de un algo bastante problemático: la inmensa emigración que hemos sufrido en los últimos años. Me pregunto constantemente si en algún momento de nuestra historia se pensaba en salir del país no por buscar una mejor vida y un mejor futuro en el exterior, sino por el simple acto de conocer otras partes del mundo. Que fenómeno tan traumático es el que vive hoy nuestra nación, en donde los éxodos constantes (que en conjunto son fugas masivas) se han vuelto algo común. ¿Quedarse en esta realidad o irse buscando oportunidades? He ahí el dilema. Uno que muchísimos venezolanos albergan en sus pensamientos desde que todo este cambio de sistema comenzó. El problema es que a veces no se mide el verdadero asunto sino cuando se medita profundamente en él. Por un lado, la pérdida de potencial humano (sobre todo de jóvenes) es inmensa para la patria y su óptimo desarrollo. Por el otro está la experiencia que puedan vivir los que se van. En este último punto fui yo también protagonista y puedo dar fe de que, sin importar que tanto te puedas acoplar a un nuevo ambiente, el pesar del extranjero estará siempre latente en tus aconteceres. Volviendo al factor inicial de todo el fenómeno, la nación sufre un golpe certero cada vez que alguno de sus hijos se va. Todo el proceso iniciado e impulsado por el estado económico, político y social en el que se encuentra ahora nuestra sociedad. Sí, es triste que uno deba abandonar “su tierrita” por factores tan pasajeros y cambiantes como esos. Sin embargo, estos terminan por afectar la voluntad incluso del más regionalista que pueda existir.



Se van y muchos lo hacen a ciegas, sin saber cuál será el resultado y sin tener un piso firme en donde sostenerse en ese paradero incierto al que se dirigen. Muchos triunfan, es cierto. A otros no les va tan bien y se quedan pasando los trabajos más duros en aquellas tierras. En algunos casos vuelven porque la derrota es rotunda estando en esos lares, solo para descubrir el nuevo presente con los que los recibe el país en el que la vida parece más compleja que cuando ellos se fueron.  Cada vez son más los que desertan, pareciendo esto un mal que tardará en terminar. Familiares, amigos, conocidos, se suman cada día a la lista de los que partieron. Aunque muchos quieran resguardarse en esa frase de “los que se quieran ir, que se vayan”, yo veo en todo esto la deprimente realidad de que a gran parte de nuestra sociedad (sino toda de alguna manera) no les satisface la Venezuela actual. Una patria se  fundamenta principalmente en la gente que la habita, por lo tanto, en una en la que un porcentaje significativo de su población va emigrando, se notará una pérdida de fuerza que será perjudicial. Nos guste o no,  más gente de la que imaginamos parte de Maiquetía cada día, con las maletas llenas de ilusiones y esperanza por lo que les depara su destino, pero con sobrepeso de dolor por lo que dejan. Deseo fervientemente que este fenómeno cambie, que vuelvan los que se fueron, que ya nadie tenga que irse. Hasta que eso ocurra, la nostalgia continuará echando raíces tricolores en la lejanía.

Nunca olvidaré cuando esa viejita me dijo en aquel extremo del mundo: “nunca pensé que, a esta edad, terminaría por tener otra cedula que no fuese la venezolana”