-En memoria de otro ignorado-


Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots

Al fin despierta y lo hace justo en el momento más bonito de su sueño. Entonces la realidad parece un martirio al reconocer que en ella no podrá tener lo que solo el mundo de Morfeo ofrece. Bostezando se levanta, camina hasta el baño y se mira en el espejo. Algo ha ocurrido en él durante el trascurso de esa madrugada. Su expresión así lo delata. Parece más viejo aunque su edad diga lo contrario, muy cansado aunque apenas esté despertando. Quizás tanta adversidad le ha pasado factura, por lo menos así lo demuestra su reflejo matutino.


El café y el periódico de cada mañana no faltan. Este último, con noticias que parecen escritas con tinta roja como la sangre; es algo lógico, no es poca la cantidad de muerte que contiene. Solo lee algunos encabezados, no quiere contagiarse de tan triste realidad a esa hora de la mañana. Menos  un día tan extraño como ese cuando él continua sintiéndose alguien ajeno a sí mismo. Algo pasa… Algo que no puede si quiera describir. Quizás todos llegamos a ese punto de renovación, ese en donde la música de nuestra película personal se vuelve estrepitosa, con trompetas que anuncian la guerra. Ese no es su caso, él solo se viste para comenzar con la rutina. Antes de salir, se asoma por la venta y ve el cielo del amanecer. No quisiera abandonar la seguridad de su hogar, quisiera quedarse allí, hablando con la soledad. Nada de eso es posible, debe ir al trabajo.

Ya no le queda para el pasaje en bus y aún faltan 2 días para que le paguen. La vida se ha hecho dura, limitada, imposible. La gente ya casi no se saluda en las mañanas y la ausencia de tal acto, tan simple y noble, explica que nadie tiene tiempo para otras personas. Es necesario sobrevivir primero. Él solo camina, rápido como de costumbre, sin delatar nerviosismo. Quizás lo ven desde la lejanía, lo asechan como si fuese un animal. Por ello debe demostrar su condición de hombre valiente. En estos tiempos la valentía se mide con días respirados. Vuelve la sensación misteriosa con la que ha comenzado la mañana. Medita un momento en lo que podría significar, pero las respuestas no llegan. Continúa caminando, pasando entre edificios grandes y grises que ya nadie repara en embellecer. Maleza que crece de las grietas del asfalto, arena por todas partes que hace que las calles parezcan sucursales de algún desierto. Comienza a hacer frío y las manos buscan refugio en los bolsillos del pantalón. Su barba lleva prolongándose desde hace dos semanas  y su apariencia comienza a ser la de un pirata. Simplemente no ha tenido dinero para comprar las afeitadoras. Eso no le importa tanto, entiende que cuando hay abundancia de escasez, la apariencia deja de ser configurable. La vanidad natural en todos, pasa a un segundo plano.

En algún pedazo del camino, mientras espera poder cruzar un semáforo, piensa que aún le falta mucho para llegar a su meta. He ahí un contra de vivir en esa capital grande con forma de laberinto. Ese gran espacio tan lleno de cosas a él le parece vacío. Entonces, esperando el tardío cambiar de las luces que se muestran desde lo alto, aparece su destino lleno de cólera, lleno de ira, como un animal salvaje que desea comérselo. Su destino llega con una moto que transporta dos hombres que juegan a ser demonios. Se muestra su destino con una orden que le lanza uno de los individuos con odio: “¡dame todo!”, mientras saca un arma y lo apunta amenazante. Por parte de él, una respuesta corta, simple y sincera: “mi pana, no tengo nada…”. Su destino se vuelve borroso cuando el hombre acciona en su contra el pedazo de hierro fulminante. Ese mismo destino se torna negro cuando la moto echa a correr y él siente su propia sangre emanar. Con ese líquido que ahora cae al suelo desde su cuerpo, se escribirán mañana las letras de algún periódico. Su destino no habrá importado, se volverá entonces una estadística más, un vulgar número dentro del enorme índice de asesinatos que hay en esa tierra.


Ya tumbado en el suelo, cuando entiende que la extraña sensación que lo había acompañado aquella mañana era el preludio a su propia muerte, deja este mundo como otro ignorado, uno que no deseaba que su último respiro fuese arrebatado de esa manera. Él era mi vecino, mi amigo, mi hermano… Él era mi país desangrándose y muriendo lentamente con ese extraño presentimiento con el que amanecemos todos cada mañana.