-Abandono Park-

Fotografía obra de Mariangela Venutolo. Fuente Original: Flickr

Qué raro estar sentado en un parque al que ya nadie viene. Se nos ha perdido hasta  la costumbre de estar entre árboles, de alejarnos un poco de los edificios. No sé el porqué de esa afinidad de los humanos por lo que se considere anormal, pero siempre terminamos buscando dicho factor. Entonces eso es lo que hago ahora, ser diferente a todos los demás. De eso se trata venir hasta un sitio como este a sentarse en un banco que lucha por sobrevivir entre maleza que ya ninguna persona quiere cortar, mirar las nubes y encontrarse con uno mismo por un rato. Eso ultimo apenas lo intento porque mi interior no se quiere dejar ver y mi corazón se ha vuelto un laberinto cuyos pasillos ya no son recorridos. Lo que sí logro es quedarme aquí en silencio, sin pensar mucho, sin prestar atención a nada.  Momentos así también son necesarios, sobretodo, entre el ruido de la ciudad.


Está  lo inevitable, eso que no se puede detener en la conciencia. Lo que nos llama, lo que impulsa nuestras acciones hacia delante, lo que a veces no nos deja si quiera dormir. Ahora lo entiendo, son querencias en su más pura expresión. Solo aquí podría dar con una verdad que debería ser evidente. A lo lejos está un columpio oxidado meciéndose con el viento, la escena no puede ser más desoladora. Quizás si los niños viniesen más a estos lugares, no ignorarían de adultos esas verdades simples que la vida guarda.

Levanto la vista, el parque sigue solo y así estará por toda la eternidad. Es de nadie y para nadie, como un templo antiguo de alguna civilización perdida, en el momento justo en el que abandonamos estos espacios, también decidimos dejar atrás un pedazo de nosotros.

El pasado no siempre nos pertenece en el presente. Entonces, como un símbolo del apocalipsis, comienza a llover. Por fin lo entiendo, los momentos de meditaciones citadinas ya no son posibles. Me levanto lentamente y caen las primeras gotas desde unas nubes que se han vuelto tan grises como esta sociedad. Camino y con la última mirada al parque ya casi no puedo ver el banco en donde estaba sentado minutos atrás. Es como una fotografía en blanco y negro traída a la realidad.

Y lo peor, lo más triste, es que presiento que cuando quiera volver, no lograré encontrar este escenario, que se perderá en el olvido. También para mí, como para toda esta raza, han acabado las tardes de bancos y maleza, de columpios oxidados y reflexiones solitarias.