Viajé para verte



Fotografía obra de Juan Mattey. Fuente original Flickr

Intentó recordar momentos importantes de su vida tales como el día en que empezó la universidad o la vez que se hizo el primer tatuaje. Con esfuerzo, incluso cerrando los ojos, solo logró ver sombras borrosas. Era un hecho, sufría de un padecimiento que afectaba directamente su memoria, pensó entonces que lo mejor sería ir al médico.


La doctora Jazmín Huerta, neuróloga, le dijo que la suya era una condición singular ligada a la incapacidad del cerebro por almacenar información y que seguramente se había producido por algún trauma. Por fin lo entendió: la razón de su fatalidad, de su condición, tenía nombre de mujer.  No una cualquiera, sino aquella con la que había vivido las mil y una noches de un amor visceral. 

Sin soportar aquel descubrimiento, salió del consultorio y dejó a la doctora hablando sobre la necesidad de realizarle nuevos exámenes; él sabía que estos ya no serían necesarios. Corrió desde la clínica Chilemex en sentido a la urbanización Villa Granada, lo hizo tan rápido como pudo hasta llegar a un edificio blanco de pocos pisos. Cansado, sudando y con la agonía de que su muerte llegase en cualquier momento, empezó a gritar un nombre, el de ella, la chica en la que había pensado al conocer lo que le pasaba.

Tras los gritos, una muchacha delgada y con aire europeo se asomó por un balcón intrigada, lo miró y no lo reconoció. Estaba diferente a como él la había visto en su mente, sin el mismo color de cabello ni el piercing en el labio. No obstante, supo de inmediato que era ella, su ella, tan ella como siempre. Por el contrario, la muchacha no lo reconocía y es que ni siquiera sabía quién era. Eso ocurría porque él había viajado en el tiempo. Su conciencia volvió cinco años en el pasado para posicionarse en su cuerpo de aquel entonces. En ese instante ellos aún no habían vivido su romance puesto que este llegaría hasta dentro de dos años más, por eso los baches en una memoria que iba desapareciendo poco a poco, que dejaba de existir para reinventarse.  

Mientras tanto, en el balcón estaba su princesa de futuro. Él le gritó algo antes de caer desmayado por la agitación. Despertó en los brazos de la chica que había bajado e intentaba reanimarlo echándole aire con un papel. Su memoria se había vaciado, no podía recordar nada  respecto a qué hacía allí o quién era la muchacha. Se hizo un silencio largo, profundo. ¿Y bien? preguntó ella. Y bien qué, preguntó él. Lo último que dijiste fue "viajé para verte", mencionó ella. ¿Ah, sí? Pues me alegro de haberlo hecho, sentenció él. Ella no respondió nada, se limitó a mirarlo a los ojos, a comprender sin necesidad de explicaciones lógicas que él era su destino.