Fuego

 



Solo los valientes decretan y tienen todo el derecho de hacerlo. Decretan verdades, sueños e ideas, por ejemplo, sin importarles nada más en el mundo.Y entonces te das cuenta: nadie tiene más valentía que un tipo que decreta estar enamorado.



Claro, no puede ser cualquier amor, como es el caso de los que salen en las revistas de chismes o en los hilos de Twitter. Debe ser el amor que se siente en la barriga, en las mejillas y en las ganas de morir al final de un orgasmo. Morir y renacer porque ya la muerte completa significa alejarse, distanciarse, despegarse de la otra persona y eso ya no es una opción. 


En fin, solo los valientes decretan y desde que volviste a mi vida me siento así, valiente, libre y enamorado. Por eso estoy en la capacidad de decretar algo con contundencia. Decir que mi mano sobre tu pelo es lo más lindo que me ha pasado en mis últimas vidas. Que bailar contigo fue, más que un sueño hecho realidad, una maravilla. Que si pudiese darte algo, ahora mismo, directo de mis manos, sería el futuro que he estado imaginando cada mañana que  voy en el metro al trabajo. Uno bonito, uno juntos.


Pero hay un problema con decretar. Si se hace sin prudencia uno termina por perder el contacto con la realidad. Para este punto creo que es mi caso. Me han pasado cosas que no las cuento para no entrar en detalles, pero que están ligadas precisamente con los infinitos y las sonrisas. También con algunas lágrimas: desde que te vi llorando porque debías irte supe, paradójicamente, que nuestros destinos estarían fusionados para siempre. Y mírame, otra vez decretando, lo siento, lo hago sin querer. Así como aquella vez que me dijiste sin querer que sentías fuego en la piel por imaginar que no volverías a abrazarme. Si al final tú también decretas, si al final por eso nos gustamos.