-Testamento de un desconocido-


Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño.

Esta carta va dirigida a todos los que nunca me leyeron, a todos los que me describieron sin haberme conocido completamente. La dejo como despedida porque estoy agonizando y no sé si quizás hoy mismo muera. Mañana renaceré, es cierto, pero habrá algo de mí que nunca volverá, que se quedara pudriendo en las profundidades de la tierra.


Aunque me veas caminando por la calle o comiendo una arepa con café, yo ya no seré  el mismo de antes porque mi núcleo se habrá disuelto y mis sueños y optimismo se habrán ido de travesía junto a Ulises a lugares muy lejanos. Mientras que el cascaron que conforme mi cuerpo se quedará expectante en algún puerto, observando la inmensidad del océano  y esperando a que con suerte ellos vuelvan algún día. Eso igual no importa porque estoy seguro de que, si por vueltas que este destino diera ellos volviesen, yo ya no sería el mismo de antes. Pero es que ¿Cómo podría serlo? ¡Si yo ya estaría igual de muerto! Los muertos no sienten ni escriben y menos aun cuando nadie los lee.

De mi hablarán los vivos, o mejor dicho los que se creen vivos, sin saber que en realidad muchos a dicho factor (la vida) jamás lo han sentido o experimentado. No entenderán mi condición y pensarán que solo soy anormal o diferente sin saber tampoco que yo por mi parte me encontraré en el “más allá”  (si es que éste realmente existe) sin percibir  ni el tiempo ni el espacio. Únicamente intentando encontrar a mis antepasados, aquellos que desde hace tiempo podían montarse en los autobuses sin necesidad de pagar el pasaje. Si llegase a encontrar alguno me gustaría conversar y saber más de sus vidas, de sus anhelos, abrazando así la eternidad hasta que me despierten porque debo comenzar con un nuevo camino.

Para terminar con esta patética despedida de un ser que ya dentro de poco será parte de los difuntos sin ser realmente uno, no habrán de faltar los arrepentimientos, ¡Porque sí! me arrepiento de mucho. De no haber amado, de no haber luchado, de no haber creado mi propia corriente literaria, de no haber cambiado una vida, de no haber pisado nunca la arena de los Médanos de Coro o probado el agua de la Laguna Canaima. Solo recordaré vestigios de mi existencia tales como: a un país que después de años de gloria se caía en pedazos, las canciones de La vida Boheme, una cerveza fría bajo el sol de las islas de Margarita y Coche y finalmente a los seres que me acompañaron mientras aún respiraba.

 Esto no es en definitiva un hasta luego, esto es un rotundo adiós. El ángel de la muerte ya se asomó a mi ventana y trae lentes de lectura como si supiese que fue un escritor al que viene a llevarse y quisiera leer un poco antes de finalizar su tarea. Hasta en el último suspiro nada deja de parecerme irónico. Sin más que decir así concluye esto.