-Litargo en su laberinto-


Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño

Leonardo José María Litargo Moreno Fermín Vásquez, mejor conocido como Leonardo Litargo o Litargo a secas, se encontraba en la habitación con paredes blancas en la que lo habían metido aquellas personas extrañas. No entendía realmente que estaba pasando, veía su alrededor contrariado por no saber dónde se encontraría. Solo recordaba que lo habían sacado de su casa cuando estaba desayunando y que luego fue trasladado hasta ese lugar. Lo extraño era que, a pesar de su confusión, no recordaba el transcurso de cómo había llegado hasta allí. La historia de su vida era extensa, Litargo llegó a ser conocido como “La lumbrera” y es que su vida giró en torno al conocimiento puro. Fue un filósofo y erudito eminente en su época, destacado por sus trabajos y principios que estudiaban la relación del hombre con el poder. Su obra de mayor prestigio y con la que alcanzó el clímax de su carrera fue: “Dioses en potencia, nada más en potencia”. Se reconoció mediante esta que Litargo poseía un profundo entendimiento hacia la magnificencia humana y cómo ésta era un arma de doble filo para el que llegaba a desarrollarla. Se le consideraba un hombre de una cultura exorbitante, de una amabilidad calurosa y de un don para la conversación nato. Pero nada de eso valía en aquellos momentos, Litargo se encontraba preso en una celda que no poseía barrotes.


Así pasaron días y noches en aquel lugar. El tiempo se tornó inexacto para él, quizás lento o más rápido, aquello era algo que no calculaba. Día tras día venia una mujer y dejaba una bandeja con comida en una mesita que había junto a la cama en la habitación. El no tardó en preguntarle desde el primer momento cual era la naturaleza de aquel sitio, a lo que ella siempre respondía: “tranquilo señor Leonardo, tranquilo”. Confundido, solo se quedaba en silencio intentando descifrar que era todo aquello. Durante esos días tristes y solitarios la única luz entre su penumbra amarga siempre fue Amanda. Ella había sido su amada desde que él tuvo conciencia del amor, fue su musa y su inspiración, fue la base que lo ayudó a sostenerse ante la adversidad. Ella jamás dejó de ir a visitarlo constantemente para renovarle energías desgastadas y a hacerle más alegre el proceso traumático de su encierro.

Quizás pasaron meses, quizás un par de años y a Leonardo Litargo una gran barba le pobló la cara. Fue en una ocasión más durante una mañana cualquiera  (en donde la monotonía enloquecedora lo llevó al abismo del desespero)  cuando por fin recordó una realidad que era más suya que sus ojos o su boca: él era un escritor. No pudo sacar ese redescubrimiento de su mente y ese día, cuando Amanda lo fue a visitar como de costumbre, Litargo le pidió que por favor le prestase un bolígrafo y una hoja. Ella ni si quiera se inmutó, solo sonrió y rebuscó en su cartera.

 Se hizo de noche y su amada partió. La última sonrisa que ésta le dirigiese se hizo inmortal en su conciencia por toda la eternidad. Pero el ya presentía su destino: moriría esa noche de alguna manera. Aceptó la idea desde que ésta fue concebida e incluso llego abrasarla pensando que sería lo mejor. La verdad es que ya se sentía muerto en vida por aquella condición inmutable, lo que vendría solo sería un cambio de acontecimientos. Tomó el bolígrafo y comenzó a escribir la hoja lo que sería su último trabajo:

“Que cosas las que nos trae la vida. Que pendejadas más raras con las que nos sale el destino. Vivir sin vida es como soñar sin esperanza, eso sí que es el colmo de la miseria. No pretendo saber nada sino solo continuar siendo ignorante, siempre lo fui debido a mi propia elección. Quiero que el amor lo sea todo. De principio a fin ese siempre ha sido el más inmenso poder”.

***

El paciente Leonardo Litargo fue encontrado acostado en su cama sin signos vitales. Tuvo una muerte natural que parecía evidente debido a su mal estado de salud. A pesar de ello, fue una sorpresa para todos. Estuvo internado en el psiquiátrico Virgen del Valle por  casi tres años, luego de que sus allegados dieran fe de sus actos incoherentes y desmedidos. Al realizarse un estudio a su persona, se declaró que “La lumbrera” estaba irremediablemente loco. Fue un triste acontecimiento para el medio intelectual del país, sin embargo éste, más temprano que tarde, terminó por superar la pérdida de su persona y enfocarse solo en sus trabajos. A pesar de su estado, Litargo mantenía una conducta pacifica, tranquila, casi siempre introvertida y con una mirada de concentración como si en cualquier momento fuese a despabilarse y a escribir un nuevo libro. Tristemente, bien se sabía de las voces que oía sin que nadie le hablara, de las personas que veía donde no había nadie y de las historias que contaba como si fuesen suyas y que realmente él nunca vivió. La enfermera  lo encontró con una sonrisa en los labios, tal y como si hubiese muerto contento por alguna razón. El verdadero susto se lo llevo al ver la hoja que tenía aguantada con una mano y el bolígrafo que tenía en la otra. Nadie nunca se explicó de donde Litargo encontró tales artefactos debido a que cualquier objeto era alejado de los internos por el miedo a que se fuesen a hacer daño con ellos. Se descartó también la idea de que algún visitante se los hubiese entregado debido a que, durante el tiempo en el que estuvo en Virgen del valle, Litargo nunca tuvo ni siquiera una visita.