Leonardo José María Litargo
Moreno Fermín Vásquez, mejor conocido como Leonardo Litargo o Litargo a secas,
se encontraba en la habitación con paredes blancas en la que lo habían metido
aquellas personas extrañas. No entendía realmente que estaba pasando, veía su
alrededor contrariado por no saber dónde se encontraría. Solo recordaba que lo
habían sacado de su casa cuando estaba desayunando y que luego fue trasladado
hasta ese lugar. Lo extraño era que, a pesar de su confusión, no recordaba el
transcurso de cómo había llegado hasta allí. La historia de su vida era
extensa, Litargo llegó a ser conocido como “La lumbrera” y es que su vida giró
en torno al conocimiento puro. Fue un filósofo y erudito eminente en su época,
destacado por sus trabajos y principios que estudiaban la relación del hombre
con el poder. Su obra de mayor prestigio y con la que alcanzó el clímax de su
carrera fue: “Dioses en potencia, nada más en potencia”. Se reconoció mediante
esta que Litargo poseía un profundo entendimiento hacia la magnificencia humana
y cómo ésta era un arma de doble filo para el que llegaba a desarrollarla. Se
le consideraba un hombre de una cultura exorbitante, de una amabilidad calurosa
y de un don para la conversación nato. Pero nada de eso valía en aquellos
momentos, Litargo se encontraba preso en una celda que no poseía barrotes.
Así pasaron días y noches en
aquel lugar. El tiempo se tornó inexacto para él, quizás lento o más rápido,
aquello era algo que no calculaba. Día tras día venia una mujer y dejaba una
bandeja con comida en una mesita que había junto a la cama en la habitación. El
no tardó en preguntarle desde el primer momento cual era la naturaleza de aquel
sitio, a lo que ella siempre respondía: “tranquilo señor Leonardo, tranquilo”.
Confundido, solo se quedaba en silencio intentando descifrar que era todo
aquello. Durante esos días tristes y solitarios la única luz entre su penumbra
amarga siempre fue Amanda. Ella había sido su amada desde que él tuvo
conciencia del amor, fue su musa y su inspiración, fue la base que lo ayudó a
sostenerse ante la adversidad. Ella jamás dejó de ir a visitarlo constantemente
para renovarle energías desgastadas y a hacerle más alegre el proceso
traumático de su encierro.
Quizás pasaron meses, quizás un
par de años y a Leonardo Litargo una gran barba le pobló la cara. Fue en una
ocasión más durante una mañana cualquiera
(en donde la monotonía enloquecedora lo llevó al abismo del
desespero) cuando por fin recordó una
realidad que era más suya que sus ojos o su boca: él era un escritor. No pudo
sacar ese redescubrimiento de su mente y ese día, cuando Amanda lo fue a visitar
como de costumbre, Litargo le pidió que por favor le prestase un bolígrafo y
una hoja. Ella ni si quiera se inmutó, solo sonrió y rebuscó en su cartera.
Se hizo de noche y su amada partió. La última
sonrisa que ésta le dirigiese se hizo inmortal en su conciencia por toda la
eternidad. Pero el ya presentía su destino: moriría esa noche de alguna manera.
Aceptó la idea desde que ésta fue concebida e incluso llego abrasarla pensando
que sería lo mejor. La verdad es que ya se sentía muerto en vida por aquella
condición inmutable, lo que vendría solo sería un cambio de acontecimientos.
Tomó el bolígrafo y comenzó a escribir la hoja lo que sería su último trabajo:
“Que cosas las que nos trae la vida. Que pendejadas más raras con las
que nos sale el destino. Vivir sin vida es como soñar sin esperanza, eso sí que
es el colmo de la miseria. No pretendo saber nada sino solo continuar siendo
ignorante, siempre lo fui debido a mi propia elección. Quiero que el amor lo
sea todo. De principio a fin ese siempre ha sido el más inmenso poder”.
***
El paciente Leonardo Litargo fue
encontrado acostado en su cama sin signos vitales. Tuvo una muerte natural que
parecía evidente debido a su mal estado de salud. A pesar de ello, fue una
sorpresa para todos. Estuvo internado en el psiquiátrico Virgen del Valle por casi tres años, luego de que sus allegados
dieran fe de sus actos incoherentes y desmedidos. Al realizarse un estudio a su
persona, se declaró que “La lumbrera” estaba irremediablemente loco. Fue un
triste acontecimiento para el medio intelectual del país, sin embargo éste, más
temprano que tarde, terminó por superar la pérdida de su persona y enfocarse
solo en sus trabajos. A pesar de su estado, Litargo mantenía una conducta
pacifica, tranquila, casi siempre introvertida y con una mirada de concentración
como si en cualquier momento fuese a despabilarse y a escribir un nuevo libro.
Tristemente, bien se sabía de las voces que oía sin que nadie le hablara, de
las personas que veía donde no había nadie y de las historias que contaba como
si fuesen suyas y que realmente él nunca vivió. La enfermera lo encontró con una sonrisa en los labios,
tal y como si hubiese muerto contento por alguna razón. El verdadero susto se
lo llevo al ver la hoja que tenía aguantada con una mano y el bolígrafo que
tenía en la otra. Nadie nunca se explicó de donde Litargo encontró tales
artefactos debido a que cualquier objeto era alejado de los internos por el
miedo a que se fuesen a hacer daño con ellos. Se descartó también la idea de
que algún visitante se los hubiese entregado debido a que, durante el tiempo en
el que estuvo en Virgen del valle, Litargo nunca tuvo ni siquiera una visita.