Fotografía obra de Génesis Pérez
Empezando por el final y para no
dar sorpresa alguna a estas líneas, la vida que seguí estuvo constantemente
girando en torno a lo pasajero. Todo aquello que ocurriese sin mayor notoriedad
en mis días fue bien recibido y tal hecho se instaló en mi conciencia como la
seguridad estable y perpetúa que tenemos los humanos de morir. De la misma forma busqué esa exactitud
errante, compleja y casi erradicada de la geografía terrestre que propone la
esperanza. Al no poderle dar alojo fijo en mi interior, pude entender la
inconstancia que tenemos muchos al mantenerla. De igual manera se opta por algo
que podamos amar sin lograr entender el porqué de dicha acción, solo se hace
sin esperar otra cosa. Eso quizás sea la verdadera esperanza, vivir y sentir
cada minuto sin hacer otra cosa que aquello que nos hace sentir especiales.
Desde el comienzo mis
definiciones hacia las cosas fueron iguales a la anterior sobre la esperanza:
vagas, sin conclusiones distintas a las que cada persona pudiese darles,
marcadas por mi espíritu desde la primera letra hasta la última. La verdadera
razón por la cual creo pertenecer a una nueva generación es esa, preferir crear
un algo antes que pensar en tomar dicha cosa de los que han pasado. En esta
conversación somos auténticos profesionales todos lo que vemos al mundo con
ojos distintos. Podemos explicar de manera metódica como ser sin esperar tener;
como observar y escuchar de acuerdo no a los sentidos del cuerpo sino a los del
alma; como disfrutar de cada detalle por minúsculo que este sea; en fin, como
incluso respirar distinto a pesar de poseer un sistema idéntico al de los
demás. Entonces me pregunto (sin esperar realmente respuesta alguna) si solo de
pensamientos, sueños y sonrisas puede uno vivir.
A partir de que mi memoria se
acuerda de sí misma, me incliné hacia lo fantástico. Quise pensar que podía
lograr todo aquello que contaban las historias, las películas, los libros, las
canciones o aquel mecanismo perfecto que utilizamos con pasión los distraídos:
la imaginación. De ella desde un principio me sostuve para poder continuar
andando. En noches de hambruna o agitación por el siguiente paso a seguir, fue
que finalmente descubrí que no hay peor pena que aquella en la que se deja de
lado a la maravilla de imaginar. Lástima que esta sea carcomida por la supuesta
realidad que nos quieren imponer. Por eso quizás la sordera fue un componente
indispensable más en mis idas que en mis venidas. Simplemente no podía permitir
que mis energías se desgastaran, éstas (que bien pequeñas que ya eran) debían
conservarse firmes ante la tentación de ceder. El fin último sería entonces
lograr algo, fuese lo que fuese o de cualquier naturaleza. Esa sería la causa
por la cual continuar, esa y no luchar por edificar un imperio en la
inmortalidad de las memorias.
El temor sin rostro es la falta
de amor, la soledad de vivir sin nadie a nuestro lado. De esa manera, aquello
que comienza siendo eterno puede desintegrarse hasta dejar de formar incluso
parte de lo existente. Cuando es así, muchos ni lo notamos debido a nuestro
profundo esparcimiento en la burbuja que nos hemos creado previamente para
sobrevivir. Quizás fue esa razón por la que al final me di la vuelta para ver
lo que había a mis espaldas, dándome cuenta que ya nadie me seguía, estaba
solo. Solo como arranqué, y como realmente siempre había permanecido. De
repente es que soy uno más del montón. De repente moriré siendo hormiga sin
poder nunca haberme transformado en bachaco. Entre “de repentes” podría pasar
toda mi vida, recordando la noche en la que perdí a mi amada definitivamente, o
la mañana en la que abandoné mi tierra buscando otros caminos. Pero vuelvo a
repudiar todo lo que tenga que ver con la decadencia o la depresión que se
pueda generar en mí ser. No niego que sea difícil conseguir crear un ejército
de una persona, o que ésta pueda cumplir con la meta que establecía mi abuelo
como un grito de guerra desafiante: “darle la cara a cualquiera que a uno se le atraviese”. Configuré esa
frase a un plano práctico para vivir, después de todo si te lo dice un viejo se
supone que tú llegarás a ser viejo también al aplicarla. Sin embargo, no pude
retenerme en la caja de lo práctico y lo que se suponía debía ser beneficioso
para mí mismo. Opté por mi propia naturaleza surrealista llena de laberintos y cosas sin sentido, así
preferí pensar que la ilusión por conseguir la felicidad venia incrustada en
nuestra sangre, nuestro corazón, nuestro consiente, en cada partícula que nos
constituye. Con tocar la alegría aunque esta sea momentánea, con sentirnos en
paz aunque sepamos que esta durará un poquito nada más. Eso, entre otras cosas,
fue lo que me dejaron mis maratones.