Fotografía obra de Alejandro Hernández.
Pasan los días de ensueño hasta
aquel en el que, por ninguna razón en particular, reparas nuevamente en lo que
tienes al frente. Entonces recuerdas lo que eres y obvias la situación que
vivas en ese momento. Lo haces porque el segundo factor está siempre presente
mientras que el otro es escurridizo y se esconde constantemente en el
subconsciente, como una verdad absoluta pero que se mantiene ausente. De esa
ausencia no te das cuenta sino cuando las circunstancias se prestan para ello.
Esa es la razón por la que se camina a ciegas, por no tener siempre presente
quien es uno mismo. Cuando solo conoces la situación actual que vives, te
pasarás al bando de las hormigas que trabajan incansablemente día a día
únicamente por instinto, y no por un anhelo que salga del alma y buscando la
felicidad.
El encuentro con la felicidad es
siempre un punto de partida en la vida de cualquier individuo. Se podría
incluso concluir que la naturaleza del Ser está orientada en alcanzarla, sea
cual sea la representación única de ésta en la persona. Tantas cosas se
pudiesen decir sobre ella, como si fuese una ciencia perdida que nunca fuese
proclamada como tal. Pero de eso de alcanzarla no se puede hablar sin antes
haberse centrado en el laberinto que posea el corazón de aquel que se aventure.
Su esencia, su forma de ver las cosas, todo factor que se incluya en su
devenir; infinidad de caracteres que se inmiscuyen y que, como ya dije, uno
termina por obviar continuamente entrando en ese ensueño que a veces demora más
de lo necesario.
Es difícil aceptar algunas
verdades y más porque creemos conocernos a nosotros mismos. Sin embargo, a
veces la monotonía gana y ya no somos capaces de hablar solos mientras nadie
nos ve o de descubrir cosas que siempre han sido así pero en las que nunca habíamos
reparado. La canción que te marcó hace tiempo, el recuerdo de esto y de
aquello, la gente que te conseguiste en el camino y la que olvidaste sin temor
a hacerlo, la pintura de la sala que había en tu casa cuando eras niño, los
sueños y como los sientes cada vez que meditas en ellos; todo eso y mucho más, eres tú. Por eso se
hace imprescindible el hecho de vivir en el presente, para estar constantemente
conscientes de lo que somos sin que tal factor se esconda en los rincones de la
mente. Acuérdate, siempre acuérdate, de lo que eres y de lo que no eres. Aunque
esto no te garantice que puedas perecer igualmente, si te da la constancia de
nunca hacerlo siendo otra persona más que tú mismo. Así la cosa cambia.
Este ensayo, simple, común y
bastante inocente, solo intenta dar un recordatorio para al que lo encuentre.
Que sirva como la alarma despertadora que nos arranca de los brazos de Morfeo y
que con frustración nos devuelve al mundo mientras queremos seguir durmiendo. O que no se utilice para nada si también es ese el deseo. Porque para muchos, da
igual vivir siempre olvidado de si mismo, así este hecho lo lleve a
transformarse en una hormiga.