-Colofón de un canoso-


Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots

-No sé si te preguntarás por qué te dije para vernos acá- dijo el viejo Fonseca a su nieto cuyo nombre ya no recuerdo.


-No se me ocurre nada en especial- respondió el joven- Pero me agrada que hayamos venido a este café, como cuando yo era niño y me comprabas refrescos en lugares así, ¿te acuerdas?

-Por supuesto que recuerdo. Siéndote sincero, extraño ese tipo de cosas, aquellas pocas que llegamos a añorar después de muchos años y que se añejan en nuestra memoria para hacernos sonreír de vez en cuando al recordarlas.

-Yo también las extrañaba mucho, pareciera que fue hace tanto.

Les trajeron sus cafés, cada uno endulzó la bebida y Fonseca continuó hablando:

-Bueno, quería conversarte de una cosa que me ha rondado la cabeza desde hace un tiempo: creo que he descubierto un mecanismo infalible ante mis miedos recurrentes.

-¿De qué miedos hablas?- quiso saber el muchacho.

-Ah hijo, los miedos comunes que atacan a todo viejo. Miedo a los días que pasan en los que me vuelvo más débil, más dependiente de otros para poder vivir, más vulnerable al destino; miedo al pasado que me martillea las pupilas cada mañana, cada noche y durante cada sueño, todo porque en él están mis errores y los motivos de mis arrepentimientos; miedo al mundo porque no se detiene en mi deterioro, porque siempre está avanzando y en él ya no hay lugar para los que no se adaptan a su movimiento; miedo a que me olviden en algún momento porque no fui un ser resaltante en la historia y mi nombre no se inmortalizó en algún libro, solo lo hizo en mis documentos de identidad que también terminarán por perderse. Y por supuesto, tengo miedo a la muerte.

-No digas esas cosas y también deja de pensar en ellas- respondió el otro pareciendo preocupado- Así como puedes morir mañana, puedes hacerlo dentro de varios años, ¿Quién lo sabe? Eso no depende de ti, ocurrirá cuando deba ocurrir porque así se manejan las cosas.

-Sabes que yo por mucho tiempo también quise creer eso. Pero hoy en día se hace presente el recuerdo de mi papá, ya viejo igual que yo, confesándome que había soñado con un rio, que él estaba en una orilla y en la otra, llamándolo, mi abuelo. En el medio un puente y solo faltaba que él se dispusiera a cruzarlo para que ambos se volvieran a reunir. Ahora que lo pienso, parece toda una visión apocalíptica hacia el propio Ser. Mi papá logró presentir que ya le estaba llegando la hora.
-¿Y él murió poco tiempo después de tener ese sueño?

-Sí, así fue, no duró mucho más de ahí. Es como si el individuo supiese recibir la señal de que ya va a llegar la culminación de su historia.

-¿Y ahora me vas a decir que ya has llegado a ese punto? Creo que entre más te mentalices en eso solo te estarás llenando de supersticiones la mente- respondió el nieto.

-No te digo que haya llegado a ese punto, tampoco que ando viendo gente muerta en sueños, solo quiero expresarte que ya es hora de que piense en que, tarde o temprano, yo también me iré de este mundo. ¡Hombre, si casi cumplo los ochenta! No es fácil llegar hasta acá después de todo lo que he vivido.

-Ok abue, solo no me gusta pensar en esas cosas. Yo te quiero mucho y quisiera que te quedaras conmigo para acompañarme siempre, para que vayas a mi boda, para que conozcas a tus bisnietos, para que te sientas orgulloso de mí.

-¿Dudas acaso que ya no lo esté? Debes entender ante todo que esta vida es un hecho pasajero. Las cosas deben ser así, naces y mueres, e incluso (¿Quién sabe?) se vuelve a nacer y se vuelve a morir…

Y la clásica lagrima de tristeza fulminante, se revelo a través del ojo izquierdo del nieto. Al final, él sabía que era cierto: la vida en realidad pende de un hilo tan fino que se torna muy débil como para dar argumentos veraces sobre su duración. Su abuelo quizás sí debía pensar en todo aquello de la muerte después de todo.

-Aja, está bien- dijo secándose con la manga de la camisa aquella sustancia acuosa que materializaba su dolor por aquel tema- Entonces cuéntame, ¿Cuál es ese mecanismo que has descubierto para alejar tus miedos?

-Es muy simple en realidad: solo necesito aceptarlos. Ellos se convertirían en verdugos que matasen mi alegría, mi tranquilidad, mi naturaleza, en estos días en los que mi cuerpo caduca por el peso de los años; todo para martirizarme a mí mismo al agitarlos constantemente en mi conciencia. Aceptarlos e incluso, en un sentido que va más allá de lo figurado, abrazarlos. Solo así podría llegar a enfrentar todo este proceso de la vejes con verdadera paz. Nací en una dictadura, me crie entre gobiernos corruptos, fui padre durante una guerra y abuelo durante la gran recesión, ahora pienso que quizás, merezca un respiro después de tantas desgracias.

-¿Y ha funcionado? ¿Te has sentido mejor reconociendo todos esos factores que me cuentas?

-Sí, un gran peso se ha ido, ya no me atormenta verme siempre sin tu abuela a mi lado. Eso, por ejemplo, es algo que me hace entender que el amor es también un acto de liberación. No podría llegar a resumir en pocos términos lo grande y extensa que ha sido esta vida. Concluyo entonces que es por ello que la fuerza se desgasta a pesar de nuestra terquedad porque así no ocurra; y está bien, me alegro de que ese sea el procedimiento de los sucesos.

-Y yo me alegro de haber nacido siendo tu nieto. Gracias por todo abuelo, por cada cosa que me enseñaste y todo tu amor. Me siento orgulloso de ti, de tu espíritu inquebrantable que, incluso tocando este tipo de temas, continua superponiéndose a toda calamidad.  


-Gracias Chechito- así era como siempre había llamado Fonseca a su nieto- Te amo como amo a tu padre, son sangre de mi sangre, son lo mejor de mi vida. Hablándote de otras cosas, te cité hoy en este lugar no solo para aburrirte con las palabras anteriores; quería decirte personalmente que a partir de hoy (porque no me quiero esperar a ningún testamente inútil) es tuya la casa de la playa en Margarita. Para que compartas con el mar tus sueños e ilusiones, tal y como lo hice yo desde que era niño.