Fotografía obra de Janmary Molina
He vivido tantas noches de sueños
desafinados y eventos fugases con maravillas propias, que mis ojeras parecieran
no querer reponerse de aquellos desvelos. Aún recuerdo el día en el que comencé
con esta cuestión de soñar, de intentar hacerme un lugar en este mundo de locos
para consagrarme con un hombre feliz luego de luchar porque así fuese. Ahora
pienso en eso y me siento hasta un poco ridículo. Nunca entendí hasta mucho
tiempo después, que la felicidad es algo tan propio como nuestra sonrisa, que
simplemente no se puede hallar afuera, sino que hay que inventarla adentro de
uno.
Pero no paran de llegar las reminiscencias
palpitantes a mi corazón débil por todas esas noches. Noches de sonrisas que
iban y venían como el flash de las cámaras que inmortalizaban el momento. Amigos,
fiestas, carros, bebidas, uno que otro cigarrillo, modas, tendencias, zapatos
desgastados, ideales juveniles, drama del más puro que se pudiese conseguir en
la faz de esta tierra… Son algunas de las cosas que vienen a mí de aquellos
años de excesos de la mente en donde yo forjé mi propia esencia. Es como una película
propia, con música de fondo y toda la cosa, que en este momento es retroproyectora
en mi mente al rememorar todos aquellos segmentos unidos. Fue en aquel instante
en el que le vi la cara al miedo por primera vez, cuando entendí que somos lo
que deseamos y que por lo general toda situación que llegue a nuestras vidas es
producida por nuestro propio Ser. Luego tardé más en dar con aquel capricho del
universo llamado destino y con su curiosa forma de desenvolverse. Nunca
olvidaré situaciones en las que no logré ver con claridad el «porqué»
de los acontecimientos que iban ocurriendo, mientras que hoy si puedo concluir en
que todo tenía una razón.
Me siento viejo sin realmente
serlo. Es una vida inmensa la que ya
cargo en mis hombros mientras vislumbro que aún queda mucho por venir. Sin
embargo, ya no puedo evitar pensar que he vivido más cosas de las que en
realidad hubiese deseado. Puedo contar historias que parecen increíbles sobre
aquellas memorias que ya se acuñan en mi mente como trastos viejos, sobre esos
espejismos borrosos que a veces alguna persona logra aclarar cuando empezamos a
recordar juntos dicha aventura. Pero en este momento estoy cansado y solo
quisiera hacer esto que estoy haciendo: solo saborear un poco el pasado y dejar
de producir por un momento el presente. Simplemente es algo que me recalca el
hecho de si han valido la pena o no las cosas, de si esto era lo que realmente
quería para mi vida.
He dejado tras algunos defectos y
malas mañas, mientras que otros han ido viniendo. De todos los fantasmas que
pudiesen arrasar con mi conciencia al reproducir todas estas remembranzas,
seria aquella que me causaría la gloria y me llevaría por ella misma al averno;
por supuesto me refiero al amor. Pensando tanto en la historia de mi vida, he
descubierto mientras exploro cada detalle de la superficie bidimensional de las
fotos en las que aparecíamos, que mi cuento siempre ha girado en torno a
aquella mujer que me hizo amar por primera vez. Entiendo que podría intentar
correr lejos de su recuerdo y que igual sería inútil, sé que su canción de
sirena me perseguiría para siempre para hacerme sentirla cerca. Entonces abrazo
mi realidad y sobretodo, la abrazo a ella a través de la distancia. No hay
palabras que decir en cuanto al hecho de que nos hayamos separado, solo este
amargo sentimiento de vacío que se expande cada vez que evoco su sonrisa, su
mirada, sus palabras, su dulce y amargo a la vez beso de despedida, en fin,
toda ella.
No sé por qué a veces el corazón
insiste en reavivar llamas que uno supone extintas. Así me pasa con todos esos
elementos que constantemente considero se encuentran en el baúl olvidado del
pasado. Pero no es así realmente, en verdad nada se olvida del todo y es en un
momento inesperado cuando surgen nuevamente instantes de analepsias,
cuando nos vemos obligados a pensar por ratos largos en aquellos eventos que ya
volaron. A pesar de que reconozco que es necesario continuar siempre adelante,
sin arrepentimientos, sin ataduras, también es inevitable el hecho de que la
nostalgia nos engulla lentamente cuando esos espejismos del pasado nos atacan
en un día cualquiera.
Por cada noche vivida y cada
sonrisa esfumada, por cada amor de verano y cada circunstancia que nos haya
hecho crecer.