Fotografía obra de Alejandro Hernández.
Lo que pasa es que uno siempre
tiene un desorden en la cabeza que nos hace intuir distintas conclusiones en
base a nuestras propias experiencias. Lo sé, siempre estoy hablando de cosas
así. Pero como esta vida parece no querer terminar de reproducir ese tipo de escenas,
prefiero continuar retratándolas para que quede constancia de lo que oculta mi
conciencia en esta realidad tan particular. Entonces empecé a entender…
Entendí la belleza de los
momentos buenos, la amargura de los malos y lo insípido de aquellos en los que
no seguimos nuestro corazón. Los últimos siempre serán los peores de todos los
existentes.
Entendí que no siempre ocurrirán los
actos como se supone deberían, el destino continúa
siendo el más caprichoso de todos los sistemas.
Entendí que algunas cosas no cambian, y que a la vez todo puede cambiar. Es un tanto
problemático, un tanto confuso, pero es, al fin y al cabo, algo que no puedo
cambiar.
Entendí que algunas oportunidades
son tan exactas que no se repetirán, que es mejor aprovechar cada una
cuando se presenta desde el comienzo.
Entendí que el drama del que
tanto he intentado huir, terminó por consumir mis días. Ni cuenta me di, solo sé
que ya soy un actor deprimido de esta deprimente obra.
Entendí que podemos ir más allá
de nosotros mismos, que podemos viajar hasta espacios impensados si así nos lo
propusiéramos.
Entendí que los seres que
realmente apreciamos terminan por volverse parte de uno mismo. Por tanto su
felicidad es la propia, aunque dicho estado no esté ligado a nuestra compañía.
Entendí que el verdadero amor es
libertad.
Entendí que mi ciudad terminará
por consumir toda mi inspiración y que, cuando ya esté a punto de desvanecerse,
ella misma se encargará en revivirla nuevamente.
Entendí que una lágrima es más
fuerte que cualquier otro material.
Entendí que algunas cosas son
demasiado efímeras, tanto que llegan a parecer inexistentes cuando en realidad,
sin importar su corta prolongación de tiempo, se vuelven eternas en nuestra vida.
Entendí que mi corazón tiene un
millar de caprichos y un centenar de agonías a media construcción. Pobrecito, a
veces ni siquiera sabe en qué creer, en qué soñar, en qué enfocarse para no
terminar aceptando su lento palpitar.
Entendí que gracias a este tipo
de listas es que puedo mantenerme cerca de mí conciencia. En síntesis, no creo que
pueda definir algo así como descubrimientos trascendentales, sino como
testimonios de mi propia agonía ante este sobresaltado presente. En este mismo
momento no creo que pueda dejar de sentirme bien, al fin y al cabo, por lo
menos tengo la oportunidad de ser yo quien relata sus propias incoherencias.
Y bueno si, entendí que en realidad no entiendo nada, ¿Habría una mejor conclusión que esa para
todo esto?