Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots
Ya lo sé, las cosas no van bien.
Tal hecho se muestra como una verdadera tragedia al ser un fenómeno colectivo.
No hay que buscar muchas explicaciones, simplemente la situación no está
funcionando como debería. Sería un gran logro llevar esperanza al interior
de corazones cuya única seguridad es la
inseguridad, de esos que albergan impotencia ante un panorama que no se torna ni
un poco alentador. Pero aquel que haya prestado atención, sabrá muy bien que
detesto el drama y todo el universo que éste desarrolla. Por fin hoy aclararé
que drama también es pesimismo, también es negatividad y, por supuesto, la
falta de esa esperanza ya mencionada. En todo caso, ese tipo de drama es un
periodo de transición que no debería durar en los aconteceres; sin embargo, la
realidad se torna tan complicada que hace que lo transitorio del drama parezca muy
extenso, seguramente eterno para los que así la quieren ver.
Pero esto no trata de la
dificultad que muestra el entorno, eso por si solo es evidente para cualquiera.
Esto trata de las personas que continúan sonriendo a pesar de todo, aquellas
que tienen el valor de pensar que el futuro no es una silueta borrosa sino un final
feliz. Esos seres que no tienen dudas porque no les queda espacio entre la
confianza hacia su destino. Conocen la dificultad y, aun así, no pretenden
rendirse. Porque (aunque no pareciera en algunas ocasiones) la masa de personas
que continúa creyendo que todo saldrá bien es inmensa, les recuerdan a los
demás que el sol aparecerá brillando cuando pase la tormenta. Ningún contexto
desalentador podrá cambiar eso.
Estoy yo, estás tú, está él,
ella, nosotros, todos. Palpitamos la sangre de una sola nación que intenta vivir, crecer y morir satisfecha consigo misma.
Esto no se trata de un mero deseo, se trata de una necesidad. Como ya he dicho,
la cosa no va bien, la cosa no está fácil. Eso representa sin duda la premisa
de un desenlace devastador, el aviso contundente de que todo seguirá
empeorando. ¿Pero entonces por qué siguen existiendo individuos que impulsan
ese optimismo abnegado? ¿Por qué son distintos a los demás? La respuesta más
poética sería otorgar dicha cualidad a una condición particular del ser. Quizás
sea algo más simple como la elección directa entre luchar y perecer, entre
continuar caminando o detenerse a bajar la cabeza. Tal elección sería
trascendental, sería quizás no tan simple ya que estaría sujeta al miedo de fallar
en el intento, a las vacilaciones que propone lo intrincado de este camino. Por
el contrario, esos personajes son tercos ante la incertidumbre y un ejemplo de
verdadero coraje.
No es necesario que explique con
precisión cada elemento que hace de la actualidad un ejemplo de sobrevivencia.
Tal lista sería bastante larga e incluso llegaría a mostrarse inconclusa, como
una plaga. Por supuesto que cada persona enfrentará dificultades diferentes
según su condición en particular, por ello se vuelve tan confuso este laberinto
en el que colectivamente estamos andando. Acá no es uno solo el héroe que lucha
contra su destino trágico. Éste es un país minado de personificaciones
actualizadas de Perseo y Aquiles, de Hércules y Odiseo. Todos con una esencia propia
pero con un mismo fin: el de la libertad a tanto asedio, a tanta calamidad
impuesta.
¿Y todas estas palabras que serían? Pues solo
un agradecimiento a todas las personas que despiertan cada mañana sin pensar en
lo difícil que está esta situación, que se enfrascan en el combate que busca
reclamar lo que desde siempre les ha pertenecido: una vida menos dramática.