Al leer el título de esta cuestión, doy de antemano mi
conclusión personal: Venezuela es el país de las maravillas para el que la
sienta suya. Sin embargo, esto no trata de esa querencia desmedida hacia este
pedazo de tierra, monte y asfalto, gente y costumbres. Trata de un algo
bastante problemático: la inmensa emigración que hemos sufrido en los últimos años.
Me pregunto constantemente si en algún momento de nuestra historia se pensaba
en salir del país no por buscar una mejor vida y un mejor futuro en el
exterior, sino por el simple acto de conocer otras partes del mundo. Que
fenómeno tan traumático es el que vive hoy nuestra nación, en donde los éxodos
constantes (que en conjunto son fugas masivas) se han vuelto algo común.
¿Quedarse en esta realidad o irse buscando oportunidades? He ahí el dilema. Uno
que muchísimos venezolanos albergan en sus pensamientos desde que todo este
cambio de sistema comenzó. El problema es que a veces no se mide el verdadero
asunto sino cuando se medita profundamente en él. Por un lado, la pérdida de
potencial humano (sobre todo de jóvenes) es inmensa para la patria y su óptimo
desarrollo. Por el otro está la experiencia que puedan vivir los que se van. En
este último punto fui yo también protagonista y puedo dar fe de que, sin
importar que tanto te puedas acoplar a un nuevo ambiente, el pesar del
extranjero estará siempre latente en tus aconteceres. Volviendo al factor
inicial de todo el fenómeno, la nación sufre un golpe certero cada vez que
alguno de sus hijos se va. Todo el proceso iniciado e impulsado por el estado
económico, político y social en el que se encuentra ahora nuestra sociedad. Sí,
es triste que uno deba abandonar “su tierrita” por factores tan pasajeros y
cambiantes como esos. Sin embargo, estos terminan por afectar la voluntad
incluso del más regionalista que pueda existir.
Se van y muchos lo hacen a ciegas, sin saber cuál será el
resultado y sin tener un piso firme en donde sostenerse en ese paradero
incierto al que se dirigen. Muchos triunfan, es cierto. A otros no les va tan
bien y se quedan pasando los trabajos más duros en aquellas tierras. En algunos
casos vuelven porque la derrota es rotunda estando en esos lares, solo para
descubrir el nuevo presente con los que los recibe el país en el que la vida
parece más compleja que cuando ellos se fueron.
Cada vez son más los que desertan, pareciendo esto un mal que tardará en
terminar. Familiares, amigos, conocidos, se suman cada día a la lista de los
que partieron. Aunque muchos quieran resguardarse en esa frase de “los que se
quieran ir, que se vayan”, yo veo en todo esto la deprimente realidad de que a
gran parte de nuestra sociedad (sino toda de alguna manera) no les satisface la
Venezuela actual. Una patria se fundamenta principalmente en la gente que la
habita, por lo tanto, en una en la que un porcentaje significativo de su población
va emigrando, se notará una pérdida de fuerza que será perjudicial. Nos guste o no, más gente de la que imaginamos
parte de Maiquetía cada día, con las maletas llenas de ilusiones y esperanza por
lo que les depara su destino, pero con sobrepeso de dolor por lo que dejan. Deseo fervientemente que este fenómeno cambie, que vuelvan los que se fueron, que ya nadie tenga que irse. Hasta que eso ocurra, la nostalgia continuará echando raíces tricolores en la lejanía.
Nunca olvidaré cuando esa viejita me dijo en aquel extremo del mundo: “nunca pensé que, a esta edad, terminaría por tener otra cedula que
no fuese la venezolana”