Fotografía obra de Génesis Pérez.
Ella aparece en esa
habitación alejada del mundo, de la realidad, de cualquier elemento que pudiese
alterar aquel escenario. Yo la estaba esperando con el corazón en la mano, sin
poder disimular mis ansias profundas porque su ser atravesara el lumbral de la
puerta. El espacio parece un sueño, uno que no pretende nada más sino ser el
santuario de tanto sentimiento encontrado en un mismo punto. El tiempo no
podría ser mejor: una tarde de clima londinense que aparece con nubes grises
desde las ventanas, con un invierno que trae frío y las ganas de ser abrazado
para calentar el alma. Ideal, como una fotografía con perfecta composición. Yo
viéndola, Ella respondiendo la mirada. Todo con el gris del clima, y al mismo
tiempo, lleno de color por la emoción.
En este instante minúsculo
y pasajero llego a pensar en muchísimas cosas. Está esa mujer que me prestó
atención cuando ya nadie lo hacía, esa que ahora es mi gran compañía. Por
supuesto que no es perfecta, contiene en su interior muchos misterios que aún no
logro resolver, resulta caprichosa cuando menos espero que lo sea, un tanto
histérica si la ocasión lo merece.
Risueña, sensible, una verdadera princesa moderna que no necesita sangre azul
para demostrar su linaje real. Merece de mí toda la atención que pueda prestar.
Ahora se encuentra a pocos metros de mí, con su sonrisa que enamora y su
silueta que hipnotiza, mientras yo quisiera tenerla por siempre como la musa de
todo mi arte.
Nada falta y nada sobra en
tan bonita atmosfera, en este momento aquella habitación significa nuestro hogar. Quisiera retener ese
momento y ese sitio en la inmortalidad de la memoria. Sin que ningún objeto se
altere, guardando cada detalle en su posición exacta mientras aún tengo en frente
aquella maravilla ambulante. Mi mente llega a pensar que puedo besarla sin que
nuestros labios se rocen, que puedo sentir su cuerpo junto al mío sin que ni
siquiera esté tocándola. Lo sé, he enloquecido, ese es un efecto secundario
ante tanta pasión. Acepto que quizás exagero, pero así es esto del amor.
La doncella comienza a
caminar hacia mí. Me siento como un tonto al darme cuenta que no soy capaz de
moverme fácilmente. Pero esas ganas de sentirla hacen que finalmente yo logre
avanzar también. Las estrellas comienzan a asomarse entre los rincones de la
cama, de la mesa de noche, del escritorio desordenado. Cuando ya estamos a
centímetros de distancia solo puedo tomar sus manos con las mías por un
instante. Allí concluye el preludio a un frenesí lleno de verdadero amor entre
dos mortales. Lo que sigue… Bueno, eso no puede ser descrito con palabras.