Fotografía obra de Mariangela Venutolo. Fuente Original: Flickr
Justo cuando intento
pensar con claridad y necesito concentrarme, comienzo a volar lejos de todo lo
que pasa a mí alrededor. Estoy en esta avenida de mi ciudad que ahora parece un campo de
guerra, que permanece llena de gases blancos, que hace razonar gritos desesperados. Ésta que ahora muestra dos bandos que chocan, uno compuesto por individuos verdes de un lado, y otro en el que estoy yo junto a mis amigos. Todo en caos, mientras que la determinación de mi grupo es la único que no
nos deja caer de rodillas.
En medio del pánico yo entro en
un trance rápido. Durante esos segundos de pensamientos fugases, reparo en el
suelo que piso, en cada piedrita que lo compone, en todo lo demás que está
sobre él. Pienso en esos árboles en los que me encaramaba cuando era niño, en los
caminos que he recorrido en lo que llevo de vida, en las playas de mar caribe
que este espacio me ha regalado. En este cielo que me cubre desde las alturas
como un guardián azul, en las sabanas que me desintoxican el alma, en las
calles de mi barrio tan rotas y tan mías. También está todo lo quiero, la
esperanza de una vida mejor, el deseo de que esta lucha no sea en vano. No solo
soy ese material viscoso y oscuro que aparentemente llevo en la sangre, tampoco
el hierro o el aluminio que pareciera cargo en los huesos al nacer en mi
región. Soy la voluntad de esa bandera
en la que logro ver la sonrisa de mi mamá. Esa misma bandera que llevan en el
corazón los que se fueron, recordando esta tierra en cada esquina de su memoria,
esperando poder volver algún día para hondearla hacia el futuro. Esa bandera es
mi comienzo y también mi final, mi nacimiento y mi muerte. Porque con ella he
entendido el verdadero amor, todo lo vale ese rectángulo de tela inmortal.
Continuará pues esta búsqueda de
libertad que intenta no terminar por ser esclavizada. Corriendo para no ser
golpeado, capturado, incluso humillado, por quienes se suponen deberían
defendernos, por quienes ahora actúan injustamente. No me importa nada de eso,
esta tierra vale cualquier sacrificio. En estos pocos segundos de trance efímero, he
podido recobrar esas razones por las que estoy aquí dándolo todo. Entonces
alguien grita mi nombre y vuelvo a la realidad, vuelvo al presente y a todo
este mar de desgracia que me rodea. Debo continuar adelante porque no quiero
irme de mi país, porque tampoco quiero vivir en este laberinto al que nos han sometido,
porque deseo cambiar las cosas para bien. Sobre todo, porque creo posible
sembrar un nuevo árbol en donde se montarán mis hijos al crecer. Un árbol
tricolor como la bandera, uno que crecerá hasta las estrellas.