Fotografía obra de Janmary Molina
En este momento estoy sentado al
pie del viejo escritorio, cerca del balcón, en uno de los cuartos del segundo
piso, en la casa de la playa que heredé por el capricho de mi gran abuelo. En
ese mismo cuarto encontré la máquina de escribir vieja que mi papá había
comprado hacía tantos años, esa que no usó sino un par de veces y que quedó
abandonada en aquel espacio olvidado. Quería
escribir algo en ella por el simple capricho de escuchar sus sonidos al teclear.
No puedo quejarme, ya las ganas
no me alcanzan ni siquiera para eso. Tampoco me queda espacio para los miedos,
todos ellos continúan ahí, mirándome y esperando que decaiga para correr hacia mí
a darme palmaditas en la espalda. Ya no veo como una amenaza al tipo que está
del otro lado del espejo, solo le sonrió intentando traspasarle un poco de alegría.
No dudo que en cualquier momento él se termine aburriendo y se vaya, no me
importa, yo continuaré aquí. Algo que realmente me ha sorprendido es que el
recuerdo de mis errores ya no me desilusiona, ya no me trae la sensación de
haber desperdiciado una vida entera a través de lo que resultó mal. Tengo ideales
que aspiran grandeza, que desean dejar la melancolía a un lado, que quieren ser
libres y andar por donde quieran. Nací con un corazón infantil en donde se
despliegan sueños anhelantes de realización, en donde los deseos más simples terminan
por volverse ciudades inmensas.
Una vida hipster que no desea
aceptar dicha condición. Entonces está esa canción de fondo, es una de esas que
dejas de escuchar y comienzas a sentir en cada punto de tu constitución. Siempre
pensando en qué será lo que va a pasar, intentando ser un profeta del destino
sin poseer realmente ese talento, ya estoy cansado de eso. El mañana continuará
siendo un misterio, algo incierto, una promesa. Prefiero prestarle atención a esto que aún me pertenece. Como me
dijo alguien muy sabio cierta vez: “no es mucho, lo admito, pero es mío”. Mensajes
así no olvidaré jamás, no son el resultado de algo profundo, sino de algo
sincero.
Bajo la mirada y me doy cuenta de
que esa hoja que continúa en blanco es mi historia queriendo ser escrita, pintada,
rayada; simplemente es mi vida queriendo ser vivida. Me levanto, voy hacia el balcón,
veo todo lo que ofrece aquel sitio. Cuando decidí hacer ese retiro solitario no
buscaba respuestas, no intentaba que se dejaran de generar preguntas. Incluso cuando
desperté ese día, no creí que terminaría renovando mis propias ganas por
continuar adelante. Ahora lo entiendo, falta mucho por vivir, por sentir, por
creer. Pero en este preciso momento, cuando la playa se muestra más bonita que
nunca, sé que todo depende de mí mismo, que todo es posible.