-Crónica de una madrugada Violeta-


Fotografía obra de Mariangela Venutolo. Fuente Original: Flickr

Otra vez esta playa y yo sentado en la arena. Transcurre una noche de agosto y de fondo suenan canciones reproducidas por algún vecino. Mis amigos y amigas han buscado madera de quién sabe dónde, la han encendido y nos hemos sentado alrededor. El calor llega por fin, aleja el frío de mis incertidumbres. Hablamos, reímos, cantamos, siendo supervisados por aquel cielo estrellado, y por uno que otro cangrejo fugitivo.

Intentado guardar en la memoria cada detalle de este tipo de momentos, sé muy bien lo rápido que se van. Es necesario disfrutar del tambor de las olas, de la compañía y de las cervezas que nos refrescan. Desearía que esto durase un poco más de lo que debería. En mi vejez lejana, son este tipo de escenas las que valdrán algo.


Un par de horas después la arena ha sido cambiada por asfalto, ya la playa está lejos. Voy atravesando calles desiertas, transitando entre urbanizaciones con casas idénticas y edificios de ladrillo. A mi lado va caminando una muchacha con un vestido y una chaqueta de blue jean, una que vine a conocer esa noche gracias a la amiga de un amigo. El destino se mueve de formas extrañas, nos ha juntado debido a que yo no quería volver solo a mi casa y ella tampoco tenía quien la acompañase. Entonces lo hemos hecho juntos, y ahí vamos, conversando de todo, sobre lo buena que ha estado la noche, sobre quienes somos.

Luego de tantos pasos dados incluso en sincronía, llegamos al hogar de tan bonita criatura. Mi corazón comienza a latir frenéticamente cuando, en secuencia, se dan los siguientes acontecimientos: Ella dice “creo que no te he dicho mi nombre aún, es Violeta”;  Ella pregunta “¿te veré otra vez?”, obteniendo como respuesta un “por supuesto” de mí parte; Ella se despide dándome un beso en la mejilla. Entonces entra dejando un olor a flores en el aire y a un muchacho con cara de tonto en el umbral de la puerta.


El silencio es lo  único que hace ruido entre los rincones de mi casa, todo se mantiene inmutable, ajeno al exterior. Yo, un tanto cansado, prefiero asomarme por la ventana para ver una última vez la noche. Aquella ha resultado ser increíble, es el único adjetivo que encuentro en este momento para describirla.

Ahora  me encuentro solo y aun así, continúo siendo acompañado por el mar, por mis amigos y amigas, por aquella muchacha que ha dejado a la imaginación de mi corazón destellando. Esa madrugada y todo el verano que ahora atravieso se caracterizan por ese color, Violeta.