Fotografía obra de Génesis Pérez.
Mi cuarto es un universo propio,
esa nación que fundé para reunirme en algún lugar conmigo mismo. En este
momento, mientras estoy acostado en la cama de dicho imperio perdido, es
inevitable entrar en cierto trance inducido por tantos pensamientos fugases. Así
vuelvo a encontrarme con ideas abandonadas, con sueños llenos de polvo y una infinidad de invenciones producidas por una
imaginación a la que le gusta el té de Jamaica. Todas esas cosas dan vueltas a mi alrededor, van desde este sol disfrazado de lámpara hasta el invierno engendrado
por el aire acondicionado. Mi vista hacia el techo mientras imagino el cielo que
está más allá de él. Ya no sé si será noche o día, mayo o noviembre, solo
reconozco sentirme bien con todo lo que me rodea, como si por fin hubiese
logrado entender algo. Este estado es también liberación de la mas bonita que puede haber.
Pienso en esta película que me
tocó protagonizar y que se mantiene a la expectativa de la siguiente escena, yo
que no sé muy bien actuar, me limito a sentir emoción ante lo desconocido. Quizás
estén por suceder grandes cosas, no lo sé. Las respuestas escapan mientras que
ya tampoco me preocupo por ir a buscarlas, tarde o temprano llegarán. Recaigo
en otros tantos detalles que solo en esta condición podría percibir. Ese anhelo
desbocado por lo imposible, por lograr lo
que parece irreal y alcanzar las nubes sin necesidad de ningún avión. Quiero sentir emociones sencillas, de las que
no necesitan mucho para sobrevivir porque se bastan a sí mismas. Pero también
esos placeres fugases, aquellos que hay que aprovechar todo lo posible porque
mueren con rapidez, dejándonos la maravilla de haberlos experimentado
mientras aún respiraban. Anhelo fiesta, y al mismo tiempo paz. Ver luces incandescentes,
pero también oscuridades de medianoche. Prefiero lo que fui, lo que soy, lo que
seré. Y por supuesto, la deseo a Ella.
Estando aún tendido en mi trono de almohadas y
cobijas, aparece la increíble revelación de levantarme al fin. Así lo hago, entiendo
que ha llegado la hora de salir. Afuera hay un mundo que espera ser recorrido,
que me invita a que lo disfrute. Antes de abandonar aquel emporio de soledad magistral, confirmo
que la naturaleza del Ser busca renovarse a sí misma cada que es necesario. Tal
certeza ha llegado a mí sin avisar, como únicamente los mejores eventos pueden
hacerlo. Me levanto, abro la puerta y salgo sin mirar atrás. Solo así se dan
realmente los nuevos comienzos.