Fotografía obra de Jaime Zarate. Fuente Original Flickr
No recuerdo cuanto tiempo ha
pasado desde que estuve loco, pero realmente así fue. Solo en la demencia
encontraba asilo porque solo en tal estado me sentía una persona normal. No me
da vergüenza admitirlo, al contrario, me siento orgulloso de poder proclamar
tal particulita. Añoro esos días en los que podía actuar sin represión, sin que
importase en lo absoluto nada más que lo que mi corazón frenético determinase.
La locura, tan insólita y libre que se ve como algo malo. Yo pude entender que
no es así, que gracias a ella podemos escuchar las voces de nuestra cabeza y
conversar con ellas tomando un café.
Solamente estando loco sales en
las noches y te encaramas al techo de la casa para ver las estrellas, para
perderte en la luz de los postes y encontrarte con la inmensidad. Únicamente
cuando las incoherencias rodean tu vida logras empezar a disfrutar de los
detalles, a ser meticuloso con todo a tu al rededor, sin que nada pase
desapercibido. Poder ver la nada sin pensar realmente en algo y entrar al bucle
de nuestras ideas más íntimas, esas que guardamos para pensarlas en los
momentos especiales. Cuando la locura se siente en los tuétanos del alma esta
te empuja a soñar, a percibir la vida con imaginación como único método para
moldear tu propia existencia. De esa forma los lunáticos sin remedio son los
únicos que llegan a pisar la tierra sin dejar de tocar el cielo con ambas
manos.
Bah… ¿A quién engaño? Por supuesto que extraño aquellos días y lo
que significaban. Anhelo incluso poder repetirlos cuando nadie me esté
prestando atención. Volver a cantarle a
los edificios de mi barrio esperando que alguna chica igual de loca que yo
salga de un balcón para enamorarnos. Atrapar la magia de los buenos chistes
para así reír con ellos cuando la depresión golpea. Abandonar la pena de que mis bolsillos estén
rotos permitiendo que se fuguen a través de ellos las monedas. Ser un demente
una vez más y con más fuerza que nunca, logrando retomar mi verdadera
naturaleza. Dejaría de engañar al mundo con esta mascara de cordura, esa que
muchos otros también usan pero que temen quitarse. Quiero volver a mi
existencia incoherente, llena contradicciones ante lo común y lo sensato,
repleta de palabras inverosímiles y movimientos sin ningún sentido.
¿Ahora entiendes por qué la
locura cautiva? ¿Puedes captar el hecho de que sea menester encenderla en la
conciencia? Yo sin mi locura no hubiese sido nada, porque solo con ella pude
caminar con convicción por vías claras y calles ciegas. Solo me queda invitarte
a que tú también lo intentes, a que cierto día te animes a la paranoia. Quizás
te agrade tanto que termines hundiéndote en sus caricias y desvaríos. Luego de
experimentarla no podrás abandonar esa condición alucinante.