Fotografía obra de Efraín Rivera.
Este poema también fue publicado en la
Retomando un hábito perdido es que vengo a escribirte esta cuestión. Sí,
es una carta como las que se enviaban nuestros abuelos, esas que volvían a
todos poetas disimulados. De las que tardaban mucho tiempo en llegar y dicho
factor parecía hacerlas más bonitas al momento de su lectura, como si las
palabras fuesen fermentadas por la espera logrando darles vida.
Es de esos papeles kamikazes que estallan en las manos de quienes los sujetan,
como bombas de sentimiento en su expresión más pura. Esta es una carta aunque
parezca beso, aunque se confunda con abrazo y entre sus párrafos se distingan
ojos brillantes y sonrisas con forma de media luna. Su único fin es darte a
conocer mis verdades escondidas, esas que he sentido por ti durante tanto
tiempo y no me atrevía a revelar.
Tú no me conoces, nunca has reparado en mí, yo en cambio sé a la
perfección todo lo que compones. Eres ese amor que no termina de llegar, pero
que ha estado presente en mí desde hace tanto que ya no puedo recordar cuándo empezó. Te hablo desde la lejanía sin que me contestes, te escucho sin que
sepas que alguien está prestando tanta atención a tu voz; finalmente, te pienso
hasta cuando no te estoy pensando. En esta ilusión recae el motivo por el que
voy a los mismos sitios constantemente esperando encontrarte, la razón por la
cual no dejar de creer en ese amor platónico del que tanto hablan los cuentos
de hadas.
Debo aceptarlo, tengo miedo a todo esto. A que no me mires nunca y
continúes adelante mientras yo me quedo estancado en la querencia de tocar tus
manos. Miedo a que las estrellas no se alineen, a que el destino no ponga a
funcionar sus engranajes y el devenir de nuestras vidas no fluya juntándose en
uno solo. Terror a que no logres caminar a mi lado, a que no pueda llegar a
dedicarte canciones y mirar películas los domingos por la noche. Porque con
esas cosas pequeñas, con actos tan simples, podríamos rozar la felicidad
juntos. En una cena en la que te confiese todo el tiempo que estuve esperándote,
para luego pedirte perdón por no haberte ido a buscar antes. Llego a temblar al
pensar que mi propia forma de ser, tan miedosa, no me permitirá llegar a ti,
que ni siquiera podrás leer esto.
Solo quiero conmover tu corazón de afrodita con esta tinta negra. Que la
batalla por el amor triunfe y podamos comenzar nuestro romance. Porque no creo
que hayan sido en vano tantos suspiros al pensarte, ni esa infinidad de sueños en los que te has metido para encuentros nocturnos. Por eso esta
confesión, por eso la necesidad de que sepas lo que siento. El amor es así,
debe ser codificado en letras y cartas enviadas
con nerviosismo.
Me despido entonces confesándote que eres mi crush eterno, la causa de
mis pensamientos más cursis. Y en este romance que se desarrolla en las
profundidades de la conciencia, que aún no existe pero que siento tan real como
la vida misma, debo darte las gracias por el castillo que has logrado edificar
entre mis anhelos. Sea cual sea tu respuesta, continuaré teniéndote en ese
sitio.