Hoy he despertado bajo los efectos
de las confesiones necesarias. Aparecen esos pensamientos que martillean como
mis dedos estas teclas. No hay mensaje alentador, pero te mando esta carta
compañero Noel, intentando gritarte desesperadamente la realidad.
La otra noche hablaba con amigos
en un bar de la ciudad. Muchachos y muchachas igual de jóvenes que yo, igual de
soñadores que yo, igual de tercos a lo que se les impone en el cuartico
chiquitico que significa esta nación. La vida y sus callejones nos metió en una
vejes prematura. Pues claro, hombre, si nos tocó esta época por razones que no
entendemos, si nos tocó este espacio por decisión de un destino que a nadie le
preguntó nada.
Como siempre en todo encuentro
socializado, se escurrió el tema perenne en conversaciones venezolanas: la situación
del país. Si supieras cuántos se van te pondrías a llorar. Esta tierra huele a
minerales y ausencia. Aunque ese tema está trillado, usado, exprimido y dejado
a un lado como algo común. Ya entendimos que si la Virgen fuera andina y San
José de los Llanos, el niño se Jesús sería un niño que habría migrado.
Uno de los panas en el bar dijo
algo cuando se le acababa la cerveza:
-Somos la generación de relevo,
pero ya nadie quiere agarrar el testigo.
Bueno, es cierto, ¿sabes? No se
le puede culpar a nadie el anhelo a una vida sin tanto aporreo. Una amiga a
punto de graduarse de bióloga habla del casi inexistente campo laboral que
tiene su profesión acá. Otro que enmarcará el diploma de ingeniero argumenta
que ya las empresas no producen, que levantarlas otra vez será muy difícil.
Entonces dime tú, Noel, qué haré
yo si elegí el destino cruel de ser artista. Qué haré con las dudas continuas
que regirán mis días. Hace tiempo que evito pensar en ese tipo de cosas para no
terminar enfrentándome a mis propias quimeras, quizás podría perder y todo el
valor que intento alimentar se iría a la basura.
Ni siquiera me importa que esta
navidad sea la más opaca que nunca haya vivido. Que ya casi no haya calles
adornadas con lucecitas brillantes para guiarnos a la medianoche. Tampoco que
desde hace muchos años no estrene ropa el 24 y el 31, nada de eso. Da igual no
tener hallaca ni pan de jamón porque sea costoso comprar los
ingredientes.
Lo que me importa es la
arremetida de la muerte en las calles y la hambruna en las casas. Me importa el
futuro como la mayor promesa, pero nunca tanto como este presente que es mi
única verdad. No tengo mucho para decir aparte de estas líneas que confiesan
desesperación e incertidumbre. Se supone que esta época es de renovación hacia
lo que vendrá el próximo año. Yo, al igual que muchos otros compatriotas,
siento miedo a lo que viene.
Me disculpo si me tomé toda la
carta para hablarte de cosas que ya tú debes suponer estando tan lejos. Logro
sostenerme de lo que queda, de esos detalles que aún poseo como el tricolor al
hablar o la capacidad única de reírme de la desdicha. También me disculpo por
el pesimismo, este debía aflorar por lo menos una vez para así recargar
fuerzas.
Querido Noel, termino la carta
sintiendo que valió la pena comunicarte todo esto. Quizás te animes a dejar
esperanza la noche que pases por nuestras casas. Es una suerte que
siga creyendo en ti.