Fotografía obra de Víctor Alfonso Ravago.
El muchacho camina sin rumbo aparente por esa gran ciudad. Hace frío porque
es temporada de aguacero y nostalgia, ya no hay chaquetas que puedan calentarle el espíritu. Se siente viejo aunque la cédula delate sus 20 años, pero carga un gran peso en la espalda que nada tiene que ver con su edad. Es el
presente que le tocó vivir lo que nubla cada paso que da por el asfalto.
Así recorre aceras y parques que ya nadie visita. Cuenta con la única
compañía de palomas que lo vigilan desde el cableado eléctrico. Es
una tarde más gris de lo normal aunque él no tenga mente para el clima, solo
para la desventura de ese presente que debe sobrellevar. Es un Teseo acechado
por un minotauro que ni siquiera puede ver. Aún peor, carece del hilo de
Ariadna que lo guie en la adversidad, este se encuentra en escasez.
No calcula cuanto es lo que ha andado hasta llegar por fin a su edifico
residencial. Aquel lugar también sufre, con su pintura opaca y sus rejas
oxidada,s el desconsuelo de un pasado mejor. El muchacho va directamente hasta
su apartamento y recuerda que no ha podido pagar el alquiler. Su mala condición
económica es otra cabeza de esa gran hidra que debe enfrentar.
Ya en su hogar pone a calentar agua y con esta cuela el café. Sirve la
bebida en una taza y va a tomársela al balcón. Ante la vista de su
querida ciudad vuelven a entrometerse las dudas que lo atormentan. Sus amigos
más queridos se encuentran en el exterior, la gran inmigración continúa
restándole seres queridos sin ningún remordimiento. Incluso el amor
de su vida se fue al norte a buscar futuro lejos de ese pasado en el que él se
quedó. Anhela por lo menos uno de sus abrazos con todo el fervor de su alma,
así se le quitaría el frio seguramente.
Ella solía decirle que todo saldría bien, que tuviese paciencia, que todos
esos males serían transitorios. Él creía ciegamente en sus palabras y por eso
fue mayor el dolor cuando, cierta noche, al compas de una canción francesa, la
chica le anunció su partida. No hubo rencores de su parte, era justicia aceptar
que en otra tierra ella encontraría oportunidades que nadie podría ofrecerle
allí. La despidió en el aeropuerto como la situación lo ameritaba, con una que
otra lagrima fugitiva.
Nuevamente ese tiempo era la causa de su tragedia. Aquellas eran épocas del
quién sabe, de la desaparición del hábito de los buenos días y el uso excesivo
del adiós. Todo progreso menguado por los golpes de una realidad compleja, del
apuro de la injusticia taponeando el deseo por sobrevivir.
Es un hecho que los engranajes del destino funcionan de formas
incomprensibles. Dicho evento le ocurre al pequeño Teseo entre la tristeza y la
desesperación de su realidad. Recostado al balcón, un hilo de luz
salvadora aparece en sus pensamientos. Pudo ser a causa de que Atenea haya ido
en su salvación, o simplemente por algún efecto secundario del café. Lo cierto
es que pensó repentinamente en sus sueños más sinceros, en la infinidad de
aspiraciones que quería hacer realidad .
Por siempre serían estos elementos los que
impulsarían el corazón juvenil, no podía cometer el acto
inhumano de dejarlos morir sin luchar. Se descubrió a sí mismo
enfrentando ese presente que tanto lo ha atormentado. No pudo evitar sonreír
ante el panorama. La esperanza le brota nuevamente en los confines de su ser. El
problema ha sido el tiempo en el que le tocó conocer a su nación, sin embargo, el futuro está allí, esperando al otro lado del laberinto.
El muchacho acepta por fin su odisea criolla. No será fácil, pero ser un
héroe griego en la posmodernidad tricolor vale de sobra la pena. Luego de
aquella renovación, no puede evitar recordar las palabras de su amada y creer
nuevamente en ellas. Es cierto, todo saldrá bien.