Fotografía obra de Jaime Zarate. Fuente Original Flickr
Las luces apagadas pero yo
conozco el camino. Sé por dónde ir a través de las vías, de los paisajes y
escondites de tu cuerpo. Recorrerte sin demorarme, sin la necesidad de un avión
para abarcar tu inmensidad. Cada pequeño segmento que te componga es una
maravilla por descubrir, un país entero en el que no necesito pasaporte.
Me acuesto en la playa de tu
espalda con palmeras y el sonido de las olas. Soy quien hace
castillos de arena en tus hombros que luego se derrumban cuando ríes por algún
chiste. Camino por tus brazos sin que me deje de impresionar la vista. En tus
piernas hago rápel hasta bajar a tus pies, allí tengo una casita en donde suelo pintar
acuarelas cuando llueve. Tu cabello es la selva que voy descubriendo y a la cual
le hago un mapa; aunque pasará a ser inútil la próxima vez que cambies de
peinado.
No encuentro un mejor lugar para
descansar que la punta de tu nariz, allí enciendo fogatas y me siento a ver las
estrellas en la noche. Voy de paseo a los tepuyes de tus lunares, los cuento y
los escalo para gritarle a la vida desde su sima. Me baño en las lagunas frías
que habitan en tus ojos, esas que tienen poderes curativos. Puedo meditar en la
terraza de tu oreja izquierda o jugar en el parque de tu ombligo.
Mientras tanto tus pestañas no
dejan de darme sombra. En tus manos se encuentran los páramos
altos de los cuales gritar nuevamente pero esta vez al destino, al flujo de
acontecimientos que me llevaron a vivir en este continente que albergas. Me
deslizo por las cascadas de tu cuello, voy hasta las ciudades abandonadas que
tienes en las ojeras para ser arqueólogo de tus desvelos.
Sin que me importe el tiempo, pasaré
mis años mientras soy un ermitaño en las montañas de tus mejillas. ¡Ah! Qué gloria hallé en tus mejillas. Sin que lo sepas, sin que puedas sentir mi
presencia si quiera, voy de excursión a los valles verdes de tus labios, una
tierra donde el aire huele a café y té de Jamaica.
Eres mi refugio ante aquel
exterior gris que dejé de habitar hace tanto. Solo me resta continuar
explorando la geografía en movimiento que constituyes, quizás te enteres alguna
vez de este inquilino que no te abandona nunca. Tu corazón es mi nuevo hogar y
de donde no pretendo irme.