Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots
Hace mucho tiempo ocurrió lo
imposible: me convertí en este barrio. No lo digo en sentido figurado,
literalmente mi cuerpo se fusionó con calles, árboles y aceras; con casitas de
colores con techos de zinc hirviendo al mediodía; con una inmensidad de
habitantes madrugándole a la desesperanza. Soy esto que ves y lo que se oculta
tras detalles ínfimos, como la mirada
anhelante de los vagabundos porque de ellos yo soy la cama. Soy un barrio
venezolano como cualquier otro que lucha contra sí mismo para existir entre la
belleza y el caos.
Ningún otro espacio en la
historia del mundo había tenido tanto de qué hablar como los de mi clase, un
microcosmos vibrante, un escenario en el que afloran sentimientos encontrados.
A mí ya no me importa saber cómo llegué a este punto, cómo cruce los límites de
lo posible al transmutar de esta forma; lo que me interesa realmente es causar
algún efecto en quienes me habitan para que continúen creyendo en sí mismos y,
sobretodo, en lo que yo represento. Porque solo aquel que cree fervientemente
en el suelo que pisa puede lograr una realidad mejor.
Los barrios también filosofamos
buscando respuestas, aunque muy pocas sean encontradas. Claro, es así porque
mis neuronas se componen por miles de habitantes que ni siquiera se ponen de
acuerdo en echarle mano a la vieja plaza, esa que curiosamente es mi corazón.
En fin, como decía, me debato por saber cuál será mi paradero, si sobreviviré
algunas generaciones más y cuántos diciembres de fiesta podré disfrutar.
Ya para este punto creo haber
llegado a una resolución. Es cierto que me hayo cansado y viejo, que no soy lo
que fui y que quizás nunca logre serlo nuevamente. Entonces si en esta
condición hay algo que puedo asegurar ante las dudas de mi existencia, es una
promesa valiente por continuar hasta el final. Como lo hizo Macondo llegaré
hasta la extinción protegiendo a los míos. Porque como barrio no solo soy polvo
y asfalto, sino protagonista del futuro.