Voy en la marcha
galopante y oxidada de un autobús de la ruta Castillito- Trebol, de esos que se meten por
Curagua, Barrio Guayana y más adelante por la gran Unare. Debido a mera
casualidad -o como parte de la geometría exacta de los momentos- presto
atención al paisaje. Arena, grama seca, asfalto, gente sonriendo, árboles que
intentan sobrevivir; todo en este punto de geografía que es único entre lo
efímero del tiempo. Entonces aparecen los Bloques de Unare para que los pensamientos exploten como fuegos
artificiales en mi cabeza.
Numerosos e
imponentes como tepuyes urbanos, fueron construidos hace un montón de años por un
montón de manos, aunque yo siga pensando que brotaron de las entrañas
de la tierra como un regalo. Cada uno con su esencia particular, con su
dinamismo visual y colorido.
Son microcosmos,
cerros de cemento llenos de sueños que palpitan. Millares de personas viven en
su interior, todos con una historia distinta por redactar. Podría concentrarme
en la inseguridad que albergan, en esa bala hundiéndose en la carne de algún
inocente, en los melandros desalmados. Por ello podría pensar luego en irme
lejos de mi Guayana, lejos de los imposibles que acechan al voltear cada esquina
de este país. Pero no es tan fácil, no cuando lo que ata a estas tierras es un
sentimiento de conexión incondicional y un anhelo desmedido por contribuir a
que mejoren.
De esa
forma concibo estas estructuras. En ellos se revuelven romances desvelados,
perros y gatos aventureros, canciones que flotan en el aire para adornarlo,
niños jugando a la pelota. Deseo fundirme con este paisaje y no despegarme jamás.
El sol alumbrando desde lo alto, las telarañas que se forman por una infinidad
de cables que bajan de los postes. Ahí, en ese orificio entre el caos de lo
diseñado por el hombre, yo encuentro un pedazo de hogar, un sitio que llevaré
conmigo por siempre.
Pero el autobús
continúa adelante y me percato que acabamos de pasar la última construcción
residencial que hace parte de los famosos Bloques. Comienzo a creer que esta es
una curiara cruzando el río que lleva el mismo nombre: Unare. Ya no hay mucho
para contar del episodio, solo afirmar que no fue esta ninguna ovación, solo
una descripción certeramente subjetiva de una cordillera de edificios
fantásticos.