Fotografía obra de Efraín Rivera.
Fui a las tiendas del centro buscando
algo que pudiese gustarte. Algo que te hiciera sonreír porque simbolizase nuestros recuerdos. Por
supuesto no encontré nada más que tarjetas saturadas de color y peluches aberrantes de figuras
exageradas. Entendí inmediatamente que éramos distintos, que lo que había en una vitrina no alcanzaría para ti. Preferí salir por ese
presente que guardaría entre tus pestañas todo el amor de esta eternidad que
compartimos.
Vi estrellas, auroras
boreales, crepúsculos y atardeceres. Caminé entre árboles queriendo darte uno. Sembré ciruelas porque te encanta su olor. Intenté guardar una playa para que nunca te faltase el sonido del mar. Hasta mi ciudad, una de mis más grandes adoraciones, estuvo en la lista de
posibilidades. Pero todo fue en vano, ningún paisaje se iguala a la geografía de tu cuerpo,
a las líneas, matices y texturas que conforman tu integridad.
Examiné la alternativa de hacerte un obsequio con estas manos de lija. Tomé suficientes papeles para
fabricar un ejército de origamis. Inflé suficientes globos con helio para que volásemos con ellos por todo el mundo. Intenté componerte una canción que pensaba cantarte durante el punto más bonito de la medianoche. Luego de dibujar una infinidad de corazones, cualquier esfuerzo me siguió pareciendo insuficiente para el efecto que realmente quería causarte.
Aunque nuestros amigos y
conocidos me ayudaron con buenas ideas, el
resultado fue el mismo. Ahora que las opciones se acabaron y la imaginación
se vio reducida, creo que solo me queda regalarte este abril en el que aún existe
el nosotros. Este pedazo de tiempo en el que me
miras y te miro, en el que soñamos, nos fastidiamos el uno al otro como
niños y logramos amarnos con el tipo de locura maravillosa que hemos inventado. Ese tipo de detalles, hasta el más chiquito de los momentos, no me dejan
de parecer increíbles. Después de todo, la verdadera razón de que buscase un
regalo para ti es que tú hayas sido el más grande para mí.