Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots
Todo el desorden de este sitio.
El balcón que invita. Uno se asoma para ver la noche y la noche que voltea para
verlo a uno. Vuelve a la sala. Es mejor no prestar atención a los fantasmas de
la cocina; ellos son recuerdos, espectros del pasado. Con un poco de valor será
posible erradicarlos algún día, por ahora no, son mi única compañía. Nada que
ver en la televisión, ni películas, ni noticias, ni querencias audiovisuales.
Tampoco hay nada que oír en la radio. De cualquier manera esta frustración que
no se iría con entretenimiento. De hecho siendo precisos no es frustración. Es
la vida en este lugar. Ese punto al que se llega cuando la motivación por el
destino se ha quedado atrás. Cuando ya no hay sueños, ni metas, ni ilusiones.
Ese peldaño de la escalera en el que se deja de subir. Muy arriba ya deben de
ir los que estaban al comienzo. Pero uno sigue varado, amarrado, encarcelado por decisión propia.
Esta condición transforma a cualquiera en naufrago, de esos que tienen mucha
barba y taparrabos. Un paneo rápido al cuarto delata soledad. Otro más al
comedor demuestra un ejército de arañas tejiendo su legado a este mundo. Podría surgir la inquietud de si este es en
realidad un hogar abandonado. Abandonado de tiempo e imaginación. Abandonado de
canciones alegres. Abandonado de amor. El individuo es uno con su cueva, más
aún si ya no se sale de ella. A pesar de todo creo que algún día saldré de
nuevo, ojala que siendo distinto. Entonces sonrío, consigo el valor antes
mencionado y voy a la cocina por una cerveza que esté más fría que esta
madrugada. Luego vuelvo al balcón para beber en la oscuridad del silencio.
Quizás mi encierro haya durado varios años, o tan solo un fin de semana de
despecho. Como sea, este apartamento ya es una extensión de mi corazón.