-La terquedad de los salmones-


Fotografía obra de Efraín Rivera.

Tener esperanza llega a ser un acto de rebeldía, eso lo entendemos muy bien en Venezuela. Entre colas por comida, delincuencia a la cual esquivar, inflación desmesurada, y todas las otras cabezas de la hidra, creer en el presente y en el futuro de este país amerita oponerse al pensamiento colectivo, ese que está cansado, herido, con ganas de salir corriendo.


Una amiga de la universidad es lo suficientemente rebelde como para pensar que, aún en las profundidades de esta crisis, todo saldrá bien. Será porque apenas tiene 20 años y se permite a sí misma la idea de que puede lograr cualquier cosa. Cree fervientemente que las cosas mejorarán para la situación del país, esa que los jóvenes llevamos en la espalda desde que tenemos memoria. Es que somos la generación del pesimismo, de las malas noticias,  de la incertidumbre interminable. Esa generación a la que no le alcanzan los números para soñar, a la que le da miedo salir a la calle y debe esconderse en burbujas a toda hora. ¿Entonces para qué esperar algo más? ¿Cómo continuar adelante? Si ya para este punto hemos perdido hasta lo que no hemos tenido, si las oportunidades también son un producto regulado  y el sistema un chiste que no da risa, ¿de qué forma confiamos en que las cosas podrían cambiar por lo menos un poco para bien? Simple: a través de la terca esperanza que heredamos como ciudadanos de esta nación.

Aquí la terquedad es buena ante los agravios, las calamidades, las despedidas por los muchos que se van. Esto último es importante porque para quedarse en este suelo ante semejante panorama se necesita ser obstinado. Lo único que podemos hacer es prometerles a quienes se han despedido desde el piso de Cruz-Diez nuestra rebelde causa por intentar cambiar lo que precisamente los obligó a irse.

Es complicado hablar de estas cosas, afuera el huracán sigue haciendo desastres. Pero tener esperanza no es un concepto etéreo como parece, es más bien convicción y valentía. Cada mañana, cada mediodía, cada tarde y noche. Con todos los actos posibles, e incluso con los imposibles. Debemos cambiar este presente tan adverso por el bien de todos, de los que se fueron, de los que están, de los hijos que también heredarán el país. Probablemente en este proceso seamos salmones que van cuesta arriba en esta dificil cascada tricolor. Vale la pena continuar nadando.